En la frontera de mi vida hay un laberinto, donde reside una como voz queda del mar; la sal y el agua dulce que bebí en sus orillas, dice que las del río no son fronteras sino caminos.
Recuerdo que una vez nos encontramos allí, hablando a su vera, tomados de la mano bajo las frondas de la primavera.
Recuerdo el mar- me dijo, mientras se paraba frente a mí para entrar en mis ojos “¿Oyes el mar tan lejano a estas alturas sobre el nivel del mar?” con seguridad en aquel momento, con él dentro de mí, escuche la marea del mar llamándome en sus ojos. Allí, nos besamos por primera vez con el cielo entre los labios. Desde entonces me llama cielo, nos tendemos en la hierba cada vez más cerca, y uno dentro del otro, nos reconocemos.
La noche recién llegaba y el cielo era un lienzo marino con luminiscencias estelares.
Después del concierto de pirecuas y danzas regionales de Michoacán, recogimos a mi madre en su trabajo. En el aire se corría una brisa primaveral. El parque cercano al hospital parecía más tupido bajo las penumbras de la noche que a la luz del día.
Antes de subirnos al auto, Flor admiraba con curiosidad como yo acariciaba las mejillas de mi madre, y pretendía dibujarle el rostro mientras la llamaba “Elvis” como el rocanrolero. Mi madre está acostumbrada.
-Es mi madre ¿No?- bromee advirtiendo la sonrisa de Flor bajo la luz ámbar de los faroles encendidos. Quizá piensa que soy un niño mimado.
En el carro Flor se esforzó por mantener una conversación amena con Elvis. Me pareció buena excusa que yo hacía poco había sacado mi licencia de manejo, y requería de concentración en la carretera, para dejar que ellas empezaran a conocerse mejor.
Al llegar a casa, Elvis le ofreció una taza de té, ritual de cortesía en su persona, aunque con Flor mi madre siempre ha demostrado más que cortesía. No es que se hayan visto muchas veces y sean buenas conocidas, por el contrario, pero le he hablado a mi madre de Flor, eso influye, como en los casos en que de tanto que te hablan de una persona le vas tomando cariño. A veces pienso que mi madre siente pena o empatía por Flor. Yo no soy muy bueno en mantener relaciones amorosas por largo tiempo, no sé porqué casi siempre termino hiriendo a alguien, dicen que es mi falta de atención y consistencia, yo lo atribuiría más a lo segundo. Atención y cariño doy a manos llenas y Flor no me dejará mentir, consistencia es lo que me falta, simplemente la vida es tan vasta que entre grabar y vivir… Muchas relaciones se desgastan y cuando eso pasa, no hay más que hacer. Sin embargo, creo que con Flor es distinto.
Luego del té subimos al estudio. –Después de ti- dije, y la seguí por la escalera de madera. Observando su figura pequeña y sus piernas bien definidas bajo la falda corta, sin mencionar una palabra, me sentí contento. En el estudio le enseñe los grabados más recientes y algunas pinturas que he hecho por encargo. Entre juego y juego, nos calentamos. Le di a escoger un grabado sin enmarcar, más bien aclare que el de las manos era el que había pensado regalarle (-como siempre has dicho que te gustan las manos) El gesto inesperado la tomó por sorpresa, se quedo sin palabras, sólo me miró con sus ojos grandes café claro, como si quisiera decir algo que nunca antes había dicho, me miró hondo, y yo no pude resistir esa mirada… La bese, la bese de mil formas. Luego le vendé los ojos con mi bufanda hippie. Acaricié sus manos mientras jalaba su cuerpo haciéndolo girar con una gracia exquisita. Le abrace la cintura por la espalda. Al
principio había resistencia y nerviosismo de su parte, pero poco a poco fue desapareciendo. La gire nuevamente, nos besamos en su ceguera, nos deshicimos en su entrega nunca antes total, nos re hicimos en sudor indeleble contra la pared. Podría haberla comido. Fue una noche sin tregua que inventamos con nuestros cuerpos húmedos, esa noche quedó grabada como una veta más en la madera que viste el estudio.
Unos ruidos subiendo la escalera nos hicieron saltar a la realidad: ¿Preparo café? gritó Elvis sin llegar al estudio. –¡Elvis y su cortesía!- Murmuré. –No, ¡gracias Elvis! respondí sin alejar mi cara de la suya. Por suerte, Elvis no se asomo, creo que lo hizo por precaución de no encontrarse en una situación incómoda y bochornosa.
Cuando salimos a la terraza la noche estaba estrellada. Le abrace por detrás (su abrazo favorito) y no sé porqué me invadió una nostalgia del pasado. Ella estaba callada y simplemente escuchaba. “Cuando yo era niño, mis padres solían organizar fiestas familiares a las que invitaban amigos. Tomaban mezcal y tocaban música tradicional en un viejo toca discos, música como la de Bola Suriana. A veces bailaban y a mí me gustaba mucho verlos bailar porque eran felices” Ella no dijo nada, sólo me apretó las manos con la empatía de quien sabe que las nostalgias del pasado, solo se comparten con aquellos seres más cercanos a nuestra alma. Luego de un silencio prolongado, dijo que debía marcharse, era tarde.
Entramos al estudio y recordé que el fin de semana anterior había sido Domingo de Ramos, le había traído una ollita de cerámica verde de Uruapan. Siempre me gustaron las vasijas y artesanías que hacen en esa región, con relieves como si estuviesen hechas de cactus. Cuando la vi pensé en Flor y la compré. “Tengo algo más para ti, mira” me beso con un extraño desgano, quizá cansancio. –Retomando lo de las manos- dijo -son tus manos las que me gustan…no me gustan, me enloquecen y odio marcharme, pero ya es hora”
En la sala estaba mi padre, ella saludó, él contesto secamente y con una expresión de insolencia, era evidente que había estado tomando. Lo que pensé. “¿Y qué estuvieron haciendo arriba?” preguntó en tono agrio. A pesar de mi vergüenza no conteste. Con el nerviosismo Flor dejo caer la tapa de la ollita al piso, por suerte solo sufrió despostilladuras. Recogimos la tapa y nos marchamos. De camino a su casa Flor no paro de disculparse por el incidente de la olla, mientras yo sólo quería repetir nuestra noche de perfección sin tregua.
Un día no es como otro día… hay que quitarse los lentes, o ponerlos para ver, depende del día anterior.
Tras estos lentes, el filo de las formas desaparece, se difumina en niebla personal, una neblina que sólo tú puedes ver. -¡Pero qué dices, hombre!- la neblina es lo contrario de una visión, y con la edad las cosas toman o pierden, mejor dicho, pierden enfoque en un estremecimiento producido por sabe dios qué decrepitud, un fenómeno que se empieza a sospechar pasados los cuarenta, el mismo fenómeno que afloja las carnes irremediablemente.
Un día no es igual a otro, ¿viste?
Desde donde estás todos los días parecen igual, pero si te fijas bien, si eres miope y te pones los lentes para remediarlo, te darás cuenta que cada día, el número de líneas simétricas varía de acuerdo a tus ojos, esos ojos que se ha de tragar la tierra con todo y sus días, sí, y nadie pone atención a unos ojos callados. Así que habla con los ojos y haz una obra maestra antes de quedarte verdaderamente ciego, irremediablemente ciego.
El secreto es, si eres ciego, tienes el oído para ver, las manos, la lengua para hacer ver, el olfato, el gusto, la piel, la entraña. La devastadora ceguera es cuando se apaga la luz en la cámara de tu mente, cuando se acaba la memoria y ya no encuentras las palabras, sería como pararse en medio de un desierto donde lo único que hay es arena caliente y nada, ya ni espuma, ni el recuerdo de la espuma, sin ello, la palabra espuma deja de tener un significado. Esa es la irremediable ceguera. Lo demás son borrones de la vida, metidas de pata de la genética, o qué sé yo. Pero hoy por hoy, aún puedes ver a pesar de la miopía.
B.O.M
Estimados, con este texto comienza la serie «ciertas horas del día» ¿Qué les parece?
Si algún nacimiento surge de éste instante,
arrollado infortunio, nombre buscado
entre los siglos, hallado péndulo.
Si el cáncer fuera un poco la salvación,
si nos dejara descansar en su agonía,
tendería los brazos victoriosos a la vigilia.
Si el Gran Meridiano existe
y es verdad en su línea indivisible,
si es la perfecta mitad de tu cuerpo
éste centro, aquella lejanía,
andaré cada paso para llegar a ti.
Más allá de un mismo nombre; figura
de hombre solo, concentro
la dulzura de lo inútil,
móvil que sostiene al mundo, y lo hace
rodar por la avenida.
Beatriz Osornio Morales. Imagen de la red
“En un cuarto extraño tienes que vaciarte a ti mismo para dormir. Y antes de vaciarte para dormir ¿Qué eres?”
Como era difícil decidir si leer “As l lay Dying” de William Faulkner, o Great Gastby de Scott Fitzgerald, decidí leer los dos libros alternadamente. Hace mucho no hacìa eso y la verdad me sorprende lo bien que salió.
Pues bien, mi sentido de organización, que es escaso, me llevó a decidir que leerìa uno en la mañana y el otro por la tarde noche.
Esta mañana acabo de terminar de leer As l Lay Dying del autor norteamericano William Faulkner, quien naciera en New Albany, Mississippi el 25 de Septiembre de 1897. Murió en Julio de 1962. Ganador del Nobel Price en 1949 así como otros premios por su trabajo, escrito en y sobre el sur norteamericano.
Resulta que al libro le han dado el título en español de Mientras Agonizo, más fiel supongo a la traducción literal. Ahora que ya hemos puesto las cartas sobre la mesa, dejenme comentarles sobre esta excelente lectura, escrita segùn el escritor en unas seis semanas. Para su desarrollo utiliza la tècnica del flujo de conciencia, donde no solo se hace hablar a los personajes como merolicos o tìteres, sino que se deja hablar a su conciencia, siendo estas voces las que iluminen el panorama de la narrativa, en la voz propia (conciencia) de cada personaje.
No es un libro groseramente extenso en número de páginas, pero sus páginas pueden extenderse a la exposición de esos tremendos mundos conscientes.
Cada personaje nos deja ver el mundo que en apariencia es el mismo de una forma distinta. Las introspecciones de Darl contienen dos aspectos de mi predilecciòn, como lo son la filosofìa de la vida, y la poesìa expuesta de una forma casi informe, lo cual no sorprenderà a los que sabìan que William Faulkner en sus inicios como escritor escribìa màs poesìa que narrativa.
“Y cuando ya estas vacìo para dormir ¿No eres? y cuando te llenas de sueño…nunca fuiste. Yo no sé lo que soy. No sé si soy o no. Jewel sabe que es porque no sabe que no sabe dònde es y dònde no. El no puede vaciarse para dormir porque no es lo que es, y es lo que no es.”
Darl y el resto de los personajes que son màs de diez, sopesan la intención de adentrarnos en la realidad fìsica, así como la cultura de un entorno costumbrista sureño.
Este libro me hizo recordar el estilo rulfiano no solo por el uso del costumbrismo, sino por el flujo de conciencia. Esta tècnica es una suerte de trampa o de milagro, donde el escritor tiene que sumergirse en las profundidades del alma y la mente humana para distinguir entre la voz de un personaje y otro, tarea que bien puede dejarlo atascado allí, pero si logra salir airoso en el manejo de la técnica, los resultados serán magistrales.
La conciencia de Addie es quizás la más cercana al inframundo hablante de Juan Rulfo. Pedro Páramo y los personajes de Rulfo existen en ese mundo con cierta nostalgia por el mundo de los vivos, pero Addie no, ella se refiere al mundo de los vivos como un arduo entrenamiento para quedarse muertos.
“Apenas recordaba cómo mi padre solìa decir que la razón de vivir, era alistarse para quedarse muertos mucho tiempo”
En la conciencia de Addie, las palabras no sirven para nada, no les cabe ni caben en lo que nombran, es un mundo de seres con una vida de motivos secretos y egoístas.
“Asì que tome a Anse. Y cuando supe que tendrìa a Cash supe que vivir era terrible, y que eso serìa la respuesta para esto. Fue entonces que aprendì que las palabras no son buenas, que las palabras nunca caben, ni siquiera en lo que estàn tratando de decir. Cuando èl naciò supe que la maternidad fue inventada por alguien que tenìa quetener una palabra para eso, porque a las que tenìan hijos no les importaba si existìa una palabra para eso o no. Supe que el miedo fue inventado por alguien que nunca había tenido miedo, el orgullo por quien nunca tuvo orgullo.”
Antes de conocer la conciencia de Addie, es muy fàcil creer en el lado constructivo de las palabras, ese que al pronunciarlas nos construye en la mente ya sea una lìnea transversal que sirve como techo de donde se agarran las paredes de una casa, o ese huequito que llamamos hogar, y porquè no, de pronto empiezan a salirnos àrboles, automòviles, naves espaciales que llevan a otros mundos, nos salen estrellas de la boca. Y así como dice el libro del Gènesis, que todo fue hecho por La Palabra.
Supongo que las palabras a veces tienen la necesidad no solo de construir sino que en ciertos momentos son derribo.
Puede ser nuestro propio hermano, nuestra madre o padre, no la causa sino el demoledor. En este libro, a veces son los mismos muertos que regresan a limpiar su desorden y sus malhechuras.
“A veces no estoy tan seguro quien tiene el derecho de decir cuando un hombre está loco y cuando no. A veces pienso que ninguno de nosotros está completamente loco, como ninguno de nosotros está completamente cuerdo, hasta que el equilibrio de nosotros se altera y lo dice así. Es como que, no es tanto lo que un cuate haga, sino la forma en que la mayorìa de gentes lo està mirando mientras lo hace.”
Mientras Agonizo es un libro de lectura indispensable, muy recomendable, el cual no conforme con haber pedido prestado en la biblioteca, conseguirè como parte de mis lecturas de cabecera.
Texto y traducción de citas del inglés al español: Beatriz Osornio Morales.
Datos biográficos corroborados en libro y Biography.Com
Vives en las sombras, escondido del centauro. Los golpes del corazón son tan fuertes que sientes que te delatan, cíclopes, pero te consuela el pensamiento de que los desalmados tampoco tienen corazón.
Estoy pensando que te quiero un poco todavía, sólo hoy, quiero quererte y te quiero, porque quiero quererte con todas tus tormentas y las mías. Ayer te quise como los ángeles despistados, de alas suaves y ligeras sumas. Pero te quise demasiado para interrumpir, los ángeles siguen despistados. Con todo y las tormentas, ellos siguen soñando … Ms. La Rue es una señora rolliza, y es maestra de matemáticas. A pesar de su mente matemática, ese superpoder, que no todos poseemos, una vez que se arrodilla no puede levantarse. Es una linda señorota de voz queda y sonrisa de sol que ilumina su cabeza; cada vez que veo sus viejas manos, el tiempo parece más imperdonable, sueña un ángel.
Ms. La Rue anhela una mano que la ayude cuando no pueda levantarse de estar preparando el jardín. Yo anhelo quererte un poco más, no en intensidad (las tormentas son suficientes) sino en durabilidad, en la luz y las sombras de cada día. Sin embargo, te prometo que este pequeño romance escrito, es nuestro secreto.
La noche seguía nevando
y a ratos, el viento golpeaba
con graznidos de pájaro en la ventana.
El cuerpo del sonido
aun resbala en el vidrio
como un animal herido,
su gran rueda de soledad
piensa sin pensar,
fresca entre los follajes.
Adentro, el abandono se exilia
pero antes de irse a dormir,
empuja los cuerpos a una pasión secreta,
que ya habían bebido en otro siglo los dioses.
Una música ligera marca el rítmo;
movimientos imantados al beso.
Bailan en la alfombra
y un jardín oscuro los oculta del mundo,
entonces escuchan las mismas notas
en el mismo paso, y
mientras sopesan el roce de sus caricias,
crean una rapsodia
con las voces inaudibles del tacto.
Es imposible imaginarse sin esta mano,
fuera de esta forma, suspiro de la carne,
ser algo más. No hay nada más allá de este
instante, más allá del tiempo se caen los pasos.
La ventana rechina extrañada.
Había una niña asomándose a la memoria de sus padres. No supe de donde vino, cuando la vi ya estaba allí sosteniendo un banquito que después colocó junto a la cama. Recuerdo que hacía viento afuera y por la época del año, podía uno imaginarse el frío descomunal que rodeaba la casa.
No es fácil justificar un acontecimiento de ésta naturaleza, por lo que me limito a dar cuenta de lo ocurrido adentro, lo que la niña observó en pocos minutos.
Ellos duermen, duermen juntos y están tan lejos el uno del otro…
Mi padre es un niño flacucho y pálido que vive en su propio mundo, se queja de las tareas arduas en la tierra, dice que llegará a ser médico, pero de qué manera si llega de la escuela a pulir los yugos, a ser el hermano mayor, y a defender a su madre de los maltratos y la embriaguez de su padre.
Ella, mi madre no sueña, escucha, es lo que es, morenita como es, ha sido y lo seguirá siendo. A ella le gusta ver las cosas como son, sin engañarse.
Por otra parte, se puede ir lejos en el sueño. A veces, dormidos vuelven a su infancia y extrañamente algo los une sin conocerse aun. Salen a jugar en la tarde, corren por los prados aledaños, sin otro futuro que este y la inclinación de la tierra, sin otra distancia que unos cuantos montículos de siembras.
Tras un gesto de condescendencia, la niña pone su manita en la frente del cuerpo dormido de mi madre, como para enjugarle el sudor. La agitación que mostraba mi madre hace unos momentos ha desaparecido.
A unos cuantos pasos de la carretera que lleva a la cabecera municipal, un hombre joven cabalga en mula muy de mañana.
En el pueblo dicen que los domingos viene un peluquero muy apuesto, pone su puesto cerca de la tienda de Don Hermes. Las muchachas de la finada Augusta pasan por allí solo para mirarlo en su labor. Excepto Lourdes, la menor que prefería quedarse a la salida de la iglesia a platicar con su pariente lejana de Santa Rosa. Pero como es sabido que la curiosidad termina por vencer siempre, el próximo domingo viene Lourdes a ser testigo por sus propios ojos.
El muchacho, sintiéndose observado por tres lindas muchachas que comen un helado en la esquina, pule sus movimientos sobre un hombre casi calvo. Hunde los dedos con maestría en el escaso pelo gris y hace sonar las tijeras con un golpecito fino. Mientras imagina que la más linda,
la de la sonrisa casi imperceptible, la de las mejillas menudas y la mirada intensa, viene y le planta un beso. A su vez, Lourdes se encuentra fascinada por las miradas rabo de ojo que el joven apuesto le brinda, y el reflejo de las hojas metálicas de las tijeras que al ser movidas en la luz, hacen pensar en misterios ocultos, “pero no, es solo la luz” se convence Lourdes.
La chiquilla, sintiendo venir un bostezo de sueño, recoge el banco, piensa unos segundos y no recordando el sitio donde debía acomodarlo, deja el banco en el mismo lugar. Echa a correr hacia la habitación de al lado, se frota los ojitos, se recuesta y casi en seguida, se deja vencer por el sueño junto a los cuerpos quietos de mis padres, segura de que mañana será otro día y con la memoria prestada, estará más cerca de ser grande.
Conjuro la voz perdida, quebrada
en minúsculas voces
que se esconden tras del espejo.
Usurparon mi nombre;
hace tiempo, hace un instante o
podría estar sucediendo,
con la caída de las hojas.
En acto de rebeldía
me pongo a repetir mi nombre,
todas acuden a la imagen hambrientas,
con sus rostros deformes, de piraña.
Imaginería sin contornos.
Una parte mía calla y la otra habla,
la que calla es la que grita, y la que habla
desconoce su voz; las demás voces
se esfumaron con la primera imagen
en un canto de espuma.
B.O.M