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Un aire de poesía (collage)

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Febrero me llevaba a noviembre; iba de un presente al pasado, siete años atrás escribía:

“Regreso de no haberme ido al viaje más largo,  que se pueda emprender estando en el mismo sitio. La gente no entenderá jamás esa forma de ir y venir por la vida.”

Me gusta hacer ejercicio porque hago contacto conmigo, con mis piernas y brazos, inconscientes la mayoría del tiempo. Pero sobre todo, porque me lleva a saber del corazón dormido, ejercitarse es una forma de despertarlo en su sueño de cementerio, una forma de soplarle el cuerpo de arlequín y hacerlo latir aceleradamente.

Por esos días de febrero, todo respiraba un aire de poesía, en unidad o separado del cuerpo. Hoy he vuelto a ese noviembre, con un asombro inédito y una pequeña tristeza, que en algún momento se quedó muda, olvidó las palabras que dan vida, que mueven lo inmóvil y transportan con su vocablo el ala rota. 

Por esas fechas escribí “Una ciudad de alas blancas” todito el poema; hoy me topé con el borrador original; tiene tachaduras, palabras circuladas como forma de eliminación, saltos de renglón, encabalgamientos a la idea, letras sobrepuestas, pero conserva el matiz de la versión terminada. Es una lástima que siga inédito. Alguien debe saber de su existencia.

En febrero transcribía lo del noviembre aquel, y octubre con su mujer azul, enamorada como si fuera yo:

Mujer azul me llamas

látigo de un espíritu sobresaltado.

Yo no duermo…

hibernan las primaveras, 

las nubes se precipitan,

es lo malo de ser nube.

Antes, te miraba de lejos,

desde una respiración nula,

espumosa ola,

revolotear en círculos de océano,

océanos de tierra penetrada, 

ciudad, mujer, cuerpos desnudos,

casas de donde no he salido,

a las que nunca he ido, 

casa de mar donde se baña el sol

y las gaviotas,

donde se esconden los peces de tu boca,

vapor de asfalto,

noche, negrura que ahuyenta angeles

parecidos a sus demonios.

Me llamaste del negro de tu boca

a nacer de tus locuras.

Me hiciste rodar por las calles

como un vehículo de lujo,

loco de ensueños, mujeres sin tocar y

canciones dibujadas en sus muslos.

La ciudad está quieta a estas horas, descansa con las puertas abiertas, con las gentes abiertas, flota sueños contenidos. Tras las ventanas se leen libros no escritos, se hacen cuerpos los nudos del día, se hacen el amor en las ciudades.

Beatriz Osornio Morales. Imagen de la red

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Brotes nuevos

Es lunes, el mes del olvido resucita.
El día llama desde las afueras de un manicomio;
con el corazón mordido
riegas las macetas marchitas de sol,
y de la ira de un hijo que apuñala con desolación.

Un buenos días forzado para empujar
el peso de esa gran lápida opresora, y
zafarse de de la mala voluntad
que entierra el tierno corazón de un niño.

Piensa en algo positivo
que haga estremecer la piel, y el día
que ahuyenta la modorra de los narcóticos,

descubre ese brote nuevo
que  amanece sobre las tumbas.


Beatriz Osornio Morales. Imagen de la red
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Cautela

Remedios Varo y sus obras junto a 7 pintoras surrealistas | ttamayo.com

A veces me cansa la cautela, seguro que es algo común. Imagina que llevas largo tiempo de tu vida, años, quizá una década, pisando en un suelo con vidrios rotos, entre cascarones que no quieres romper, o entre minas que si pisas, causarán una tremenda explosión, de la que seguro nadie escapa sin daños. ¿Verdad que cansa? Vivir así por largo tiempo convierte la vida en algo insoportable.

Habrá días que no querrás levantarte de la cama, otros en los que, con demasiado esfuerzo lo logras, te arreglas y pones tu mejor cara para los que amas. De pronto (porque nunca falta) con cualquier cosa te dan ganas de llorar, con un esfuerzo sobrehumano logras suprimir las lágrimas al menos  hoy, porque no quieres que te vean llorar y porque en el trabajo hay que portarse con profesionalidad. Hoy fue un día de esos.

Cada noche le das la bienvenida al sueño, pero mañana hay que despertar otra vez. Con el tiempo,  acabas por creer que estás dentro de una bestia a punto de despertarse, y por si acaso, hay que andarse con cautela.

B.O.M. Imagen de la red

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Época de silencio

En la época del silencio por la que todos pasamos, escribir también pasa, y puede que hasta se pierda en los días como en una avalancha de cenizas. Pero aquí adentro se puede inventar otro alfabeto para deletrear con movimientos, la figura de los ruidos, de las lágrimas, o el simple murmurar con el cuerpo de una literatura perenne. 

Con las manos abro la esperanza para que se derrumben las murallas del tedio, la figura de sus líneas alrededor de los dedos, es transparente como una película, muestra la piel interna, roja, encendida brasa. 

Los montes que construyo con el arco de mi cuerpo, con el giro de mi cuerpo, con el calor, con la luz de mi cuerpo, guardan una lectura de sol en llamas.

Y con la noche a mis espaldas, pesada como una laja compacta, como una lápida nocturna, trato de escribir, soplando un polvo que forma olas en la pared del fondo, trato fuertemente de encontrar una palabra que te defina o te descifre. No sé lo que eres pero me haces falta. Me sumerjo bajo la tumba nocturna a ver si pudiera despertarte de la indiferencia. Enrollo mi cuerpo sobre mí, lo deslizó por la alfombra como un baboso. Allí estás con tu destello de luciérnaga, pegado al poste de la cama, inmóvil, sostén. Pero estás hecho de silencios, de tiempos de otro tiempo, un tiempo que nadie puede pronunciar porque está lejos de todo, lejos de lo que eres, lejos de mí y de tí, estás muerto.

Beatriz Osornio Morales. Imagen de la red.

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La eterna juventud de la imaginación

Puede ser que de pronto te sientas vulnerable. ¿Te has sentido así sin darte cuenta? entonces quizá cabría preguntarse si eso ha sido realmente sentirse, o darse cuenta…muy pocas cosas sentidas en otro momento pueden comprobarse. El recuerdo de la emoción quizá sea otra emoción, pero no la misma.

Pensando en eso,  me viene a la mente lo que decía Sartre sobre lo imaginado y la imagen del objeto imaginado; esa construcción elaborada que hace la mente sobre una cosa, no es la cosa. Lo mismo aplicaría al recuerdo, por más fotográfica que tengamos la memoria,lo que recordamos sentir no es lo que sentimos en su momento.

Hace un rato, escuchaba a mi marido quejarse de su mejor amigo, con el que siempre salen de andadas: “Se ha vuelto muy errático al manejar”. Su amigo tiene dos Porchas y disfruta manejar, incluso en pistas de carreras, lo cual hace más inaceptable para mi marido su gradual degradación. “Y se imagina que es de los mejores conductores, pero golpea las esquinas, se cruza los carriles y da unos frenones espantosos” No sé si es porque en la mañana había leído a Sartre, y sus ideas aún están frescas, pensé que a la mejor la imaginación humana es lo único que no envejece. Aunque el cuerpo físico y su funcionamiento traicionen a la humanidad, el poder imaginativo perdura. Por ejemplo, cuando bailo, me imagino de una forma, un recuerdo quizá de mi juventud, y me sorprende ver las evidencias de que la movilidad de mi cuerpo no es tan asertiva ya.

En algunos casos esa habilidad imaginativa puede causar desilusión, como el ejemplo anterior. Lo mismo que la forma en que el amigo de mi marido se imagina que maneja, y la realidad es otra, incluso peligrosa para el que maneja sin buenos reflejos. Sin embargo, en muchos casos, sobre todo en la creatividad, ese poder imaginativo puede ser una fuente inagotable de resultados innovadores. 

Borges tenía talento y un poder imaginativo sin igual. Pero eso no lo pensé al escuchar a mi marido, sentado junto a mí en el asiento de pasajeros mientras lo llevaba a recoger su carro del garage, donde le cambiaron el aceite; íbamos intentando hablar de trivialidades y por eso no entendió cuando dije lo de la imaginación. “¿la imaginación no envejece? ¿Qué tiene que ver eso con…el nombre de su amigo? pues que tú notas como tu amigo cambia físicamente y hasta mentalmente con la edad, pero al parecer, uno conserva esa fuerza imaginativa con la misma vitalidad de siempre.

Mis palabras hicieron eco en la imaginación y adiós banalidades, pensé. Lo bueno es que casi en seguida llegamos al garage donde dejé a mi marido.

Cinco claves para estimular la imaginación de los niños | TN

Beatriz Osornio Morales, imagen de la red.

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Identidad en peligro de extinción

Identidad personal | Definición y factores que influyen en la identidad

Un tema de actualidad que ya avizoraba en mi diario del 2010, donde exploraba en la pregunta ¿Puede la escritura alterar o robarnos la identidad?

El otro día que recibí el email de un amigo escritor, caí  en la duda al darme cuenta de que estaba utilizando su nombre de escritor, es decir, seudónimo; por supuesto que con el correo enviaba publicidad de artículos en venta. Encontré que se había hecho un nombre distinto para ciertos asuntos. Esto sólo afirma lo que viene ocurriendo en las redes sociales. 

Si utilizamos nombres reales hablamos en particularidades, decimos ciertas cosas de cierta manera. Si utilizamos seudónimos hablamos distinto. ¿por qué? quizá algunos se escudan en que es por medidas de seguridad. La verdad ya no es segura, atrae peligros. Y no es solamente la inhibición de lo que dirán si expresamos opiniones reales sobre asuntos reales, sentimientos reales, y el qué dirán. Ahora todo lo que se diga en la red puede ser utilizado en tu contra. Existe una persecución, sí, una paranoia masiva. Esto está causando serios problemas psicológicos que repercuten en problemas sociales a corto plazo, y a largo plazo, se van deteriorando casi irreversiblemente las habilidades de comunicación social.

Pero el asunto de escribir bajo un seudónimo literario es algo muy común, y lo ha sido por siglos. Un recurso que se ha utilizado por distintas razones. Dentro de mi investigación, me encontré con varios escritores que no sabía que habían utilizado heterónimos, como Pablo Neruda que en realidad se llamaba Neftalí Reyes, a razón de no molestar o fastidiar a su padre, quien supongo que no estaba de acuerdo en haber engendrado a un poeta. George Orwell es el seudónimo de Eric Arthur Blaire, lo utilizó para evitar que sus familiares se enteraran de su escribir. En el caso de muchas mujeres, se utilizó el recurso del seudónimo de manera más necesaria, puesto que desde la antigüedad solo los hombres ejercían esta profesión. Es comprensible que las Brönte se vieran en la necesidad de utilizar seudónimos masculinos con la finalidad de que su obra fuera aceptada, no solo en el mercado, como en la sociedad misma. 

Bajo las  bases expuestas previamente, yo concluyo que la escritura literaria, dicho sea de paso, puede, en lugar de alterar o robar la identidad de un escritor, reafirmarla, ya sea que dicho escritor se vea en la necesidad de utilizar heterónimos,  o que sea un necio como yo, y decida imponer su nombre de herencia en su labor creativa. En el caso de las redes sociales, el asunto es más complejo, puesto que las políticas de la red pueden favorecer, por lo menos en apariencia, el uso de seudónimos para abrir perfiles, al tiempo que por extrañas razones, de pronto desaparecen, o se encuentran congelados. Y es que uno asume que en las redes sociales se ejerce la libertad de expresión así como el respeto mutuo, pero muchos individuos se respaldan en un seudónimo para ejercer comportamientos permisivos e irrespetuosos con los demás usuarios. Son muchos aspectos a considerar,  por lo que aún cabe cuestionar lo que en realidad es considerado como identidad, y si en verdad se encuentra en peligro de extinción.

nota: alguna fuente para corroborar sobre el uso de seudónimos literarios https://autopublicando.com/seudonimo-literario/ o sobre el anonimato y las redes:https://www.enriquedans.com/2011/08/sobre-anonimato-y-redes-sociales.html

B.O.M. imagen de la red

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El pequeño Eric

El pequeño insomnio que me ha estado visitando por meses, bien podría tener el nombre de mi hijo, mi padre, mi madre,  o bien podría llamarse Eric, el bárbaro, como el vikingo…uno de tantos.

Eric es el que más se asemeja a mi insomnio, por la brutalidad de la que es capaz. 

Eric era un personaje oscuro y sanguinario, de complexión pelirroja que descabezaba inmisericorde a sus enemigos, y con misericordia a los de su clase, pero igual de bruto. Uno de sus vástagos sabía lo sombrío que podía llegar a ser.

Eric, éste Eric, tiene los ojos azules y es pequeño, muy pequeño y salvaje,  golpea las paredes de la habitación toda la noche. Se levanta repentinamente del sueño, e inmediatamente y sin abrir los ojos, empieza a percutir la frente, suavemente al principio, con un compás de golpes de pecho, súplica o arrepentimiento. Hay veces que el display me hace llorar de compasión. Otras veces, parece que la realidad no tiene escapatoria, no podemos ya más contra su mano, y el pequeño pañuelo con cloroformo, es un gran asedio. 

Entre tanto, el pequeño insomnio continúa aporreando la pared, cada vez más cerca de la cama. Al escucharlo uno piensa en aquellos vikingos ancestrales, pegándole al pecho, o al escudo en demanda de guerra. Así comienzan las batallas más encarnizadas, y en cierto momento,  en su pico, la pesadilla puede llegar a pulverizarse en un simple sueño del que hemos despertado ya.

B.O.M.

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Cartas 5

 

De Virginia a Vita. 6 de Marzo de 1927

Este año me pareces más inalcanzable, empolvada, con las piernas más blancas, más galante y aventurera que nunca. Me echo en la cama e invento historias sobre ti. Envíame un montón de hechos: ya sabes cómo los amo… He tenido una semana aburrida. Ninguna fiesta salvo una, ofrecida por L. para seducirme y obligarme a gustar de un rosado muchacho suyo –uno nuevo, claro- pero fue inútil, estos sodomitas siempre están medio dormidos y resultan fatigosos. ¿Es que agotan su encanto en narices y cosas así?

   Han surgido dos mujeres extrañas: una de ellas es una mala cantante, que me pide vaya a verla en la cama ¿lo haré? La otra ¡qué importa! Yo quiero a Vita; quiero al insecto, al crepúsculo. Dejo ésta abierta a la espera de las tuyas. Ninguna. Ahora debo terminar esta carta. Y no he dicho mucho de nada ni te he dado una idea de las altísimas y aterradoras olas y los profundos pozos infernales a los que asciendo y desciendo en pocos días. Como todos. Subimos y bajamos violenta, incesantemente, y me siento algo avergonzada, ahora que trato de escribirlo, de ver qué minúsculo egoísmo hay en el fondo de todo eso, por lo menos en mi caso: que no puedo escribir mi novela, que debo salir a tomar el té, que tendría que comprar un sombrero. Ah, pero también está Vita. Quererla no es un egoísmo minúsculo.

   ¿Sabes que esta mañana sufrí un verdadero golpe de decepción? Estaba segura de que tendría una carta tuya, la abrí, y en su lugar encontré la carta de una mujer que hace diez años se sentó frente a mí en un ómnibus azul y que ahora quiere venir a hacer un busto mío. Pero la adulación implícita me enfadó tanto, que otra vez estuve maldiciendo: no hay intimidad, siempre hay gente que viene y no hay carta tuya. ¿Por qué no? Sólo una nota y un gemido salvaje y melancólico a lo lejos.Y tampoco ninguna fotografía.

Adiós, queridísima criatura lanuda.

 Es increíble lo esencial que te has vuelto para mí… Maldita seas, criatura mimada. No conseguiré que me ames más traicionándome así.

Cartas Entre Virginia Woolf y Vita Nicholson

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Entre las gotas del río

A mi madre

Hablan, agitan la voz
como pañuelo blanco,
cosido con pequeñas muecas,
olor a café,  y pasos de gatito.

No tengo que aguzar el oído ante las gotas,
solo mirarte cuando  hablas; 
reconocer tu transparencia, madre mía.

Tu voz suave se impregna,
 a la vez fuerte y acogedora, 
al escucharla uno se pregunta
de dónde viene tanta felicidad.

La viertes toda en la mañana,
y por la noche aún gotean
tus palabras en mis manos,
el alma las apara dulce,  canto…
para ungir la herida  del adiós.

Tienes el nombre de la victoria,
ese gran territorio 
donde no existe la orfandad.

Cuando estoy triste
cierro los ojos una vez por la mañana,
entre las demás gotas del río
 escucho, te escucho
madre, gota.


Texto e imagen: Beatriz Osornio Morales