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Cartas 5

 

De Virginia a Vita. 6 de Marzo de 1927

Este año me pareces más inalcanzable, empolvada, con las piernas más blancas, más galante y aventurera que nunca. Me echo en la cama e invento historias sobre ti. Envíame un montón de hechos: ya sabes cómo los amo… He tenido una semana aburrida. Ninguna fiesta salvo una, ofrecida por L. para seducirme y obligarme a gustar de un rosado muchacho suyo –uno nuevo, claro- pero fue inútil, estos sodomitas siempre están medio dormidos y resultan fatigosos. ¿Es que agotan su encanto en narices y cosas así?

   Han surgido dos mujeres extrañas: una de ellas es una mala cantante, que me pide vaya a verla en la cama ¿lo haré? La otra ¡qué importa! Yo quiero a Vita; quiero al insecto, al crepúsculo. Dejo ésta abierta a la espera de las tuyas. Ninguna. Ahora debo terminar esta carta. Y no he dicho mucho de nada ni te he dado una idea de las altísimas y aterradoras olas y los profundos pozos infernales a los que asciendo y desciendo en pocos días. Como todos. Subimos y bajamos violenta, incesantemente, y me siento algo avergonzada, ahora que trato de escribirlo, de ver qué minúsculo egoísmo hay en el fondo de todo eso, por lo menos en mi caso: que no puedo escribir mi novela, que debo salir a tomar el té, que tendría que comprar un sombrero. Ah, pero también está Vita. Quererla no es un egoísmo minúsculo.

   ¿Sabes que esta mañana sufrí un verdadero golpe de decepción? Estaba segura de que tendría una carta tuya, la abrí, y en su lugar encontré la carta de una mujer que hace diez años se sentó frente a mí en un ómnibus azul y que ahora quiere venir a hacer un busto mío. Pero la adulación implícita me enfadó tanto, que otra vez estuve maldiciendo: no hay intimidad, siempre hay gente que viene y no hay carta tuya. ¿Por qué no? Sólo una nota y un gemido salvaje y melancólico a lo lejos.Y tampoco ninguna fotografía.

Adiós, queridísima criatura lanuda.

 Es increíble lo esencial que te has vuelto para mí… Maldita seas, criatura mimada. No conseguiré que me ames más traicionándome así.

Cartas Entre Virginia Woolf y Vita Nicholson

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Entre las gotas del río

A mi madre

Hablan, agitan la voz
como pañuelo blanco,
cosido con pequeñas muecas,
olor a café,  y pasos de gatito.

No tengo que aguzar el oído ante las gotas,
solo mirarte cuando  hablas; 
reconocer tu transparencia, madre mía.

Tu voz suave se impregna,
 a la vez fuerte y acogedora, 
al escucharla uno se pregunta
de dónde viene tanta felicidad.

La viertes toda en la mañana,
y por la noche aún gotean
tus palabras en mis manos,
el alma las apara dulce,  canto…
para ungir la herida  del adiós.

Tienes el nombre de la victoria,
ese gran territorio 
donde no existe la orfandad.

Cuando estoy triste
cierro los ojos una vez por la mañana,
entre las demás gotas del río
 escucho, te escucho
madre, gota.


Texto e imagen: Beatriz Osornio Morales
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Sin separar los labios

5 beneficios de los besos

Entro y salgo de ti,

como de una casa vacía

en medio de la ciudad tumultuosa.



Con la yema de los dedos abro

suspiros,

separo torrentes y despierto

 el fuego más allá de tu sombra,

tu sombra cubierta en humedad,

recorro su volumen

de pierna bien torneada.



 Un árbol me sigue con la mirada

hasta tu  pozo dulce, cálido

 ramifica nuestro brazos

internos.



Unidos, los pájaros cantan,

el  fruto madura.

Hacen nido en los vientres

amorosos, las mariposas.



Entras y cierro la puerta,

con suaves palabras

abro ventanas en tu pecho.



Tú arrimas las manos al fuego,

me besas,  y así

frente a frente,

conversamos sin separar

los labios.




Beatriz Osornio Morales, imagen de la red.
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Huellas

Hablo de un sueño
porque me ha tocado con su pluma
su caricia líquida entre manos
vierte delicados hilos
en mi pecho.


Sus dedos ascienden
en  dirección a
 los cuatro puntos cardinales
de mi cuerpo
¿Quién percibe mejor la luz etérea
sino el pájaro que ya fue vuelo?


Entre los hombres
nadie que menciona la claridad
puede sospecharla siquiera
sino colgando de un péndulo
abismal.


Entonces el hombre
vuelve a ser aquel viaje
que apuntaba
hacia la cima del monte Everest
lleva sus pies a pesar
de saber
que el pesado tiempo
se aligera
cuando está cerca del fin.


Del ser condenado a morir
 sólo queda un  bosquejo
ingrávido como huella
que ha tocado el cielo
y sabe que por fin
alzará  los brazos
en un grito pletórico de triunfo
Mientras tanto sueña-
huellas en la nieve.




Beatriz Osornio Morales. Imagen de la red.
Quién y cómo hizo estas misteriosas huellas en la nieve?
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Ritual

Hay una imagen desdibujada
y un nombre,
nombre y manos alcanzándose,  apenas;
dos amaneceres de noviembre.

Hoy
nebulosas palabras habitan el sitio,
y en el lugar que se reserva al futuro
una vela encendida ocupa la espera.

En el claroscuro de la vigilia
que todavía es un fantasma,
como alumbrado por la memoria
el nacimiento
                    de tu nombre en mis manos,

es tu signo
luz que parpadea, punzón
que agranda la herida sobre la vela.

Así renacen 
las manos mías,
con tu prisma
                  que las consume.

Beatriz Osornio Morales, imagen de la red

Poema contenido en el poemario, Las Ciudades de Adán y Eva.

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Entre nosotros

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Había luz entre nosotros…una luz parecida a un pensamiento, enjambre de abejas, el revoloteo de mariposas en el estómago, un pez que roza las aletas contra las algas.

Había luz, es todo lo que sé. Esa luz quebró la distancia, los fueros y la responsabilidad. 

Aquí guardo algunos fragmentos de luz.. Su presencia es también sonora y refleja una  multitud de las caras de la casa; el candelabros pendiente del techo, un escritorios, una esquinas de ventana por donde entran pedazos de árbol y hojas de cielo, apenas se distinguen. En otro fragmento se observa la parte inferior de la mesa patas arriba, nadando contra el techo, en otro pedazo, la luz me flota, mi cuerpo rebota contra el ricochete de los reflejos.

De pronto, todos los reflejos se revuelven en mi cuerpo hecho pedazos. Estoy en todos los reflejos, no estoy en ninguno. Soy y no soy: Son reflejos que la luz que hay entre nosotros, cada vez más débil, refleja contra la nada, la nada dividida por el ruido que hace el rompimiento, la nada que irrumpe por obra de la distancia, la nada hecha trizas por ti y por mi en un abrazo.


B.O.M. Imagen de la red.

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Al final

A mis queridos lectores

En el penetrante momento de estar aquí
situada frente a todo,
frente un mar lejano que devora 
en  vuelcos  de microbús atestado,
pirotecnias sin la garantía del sueño.

Otro año, todo o nada…lo que fue, y no es,
o ha sido, sin saber de sí.

La verdad es que sé demasiado
sin saber.

Estoy rodeada de escombros
que destila el descarapelado espejo.

La ventana se quedó sin marco,
pronto va a derrumbarse también
en el despeñadero abismal de la memoria.

Eres muy pequeña para la voluptuosidad,
demasiado grande para el deseo,
tan pequeña que no cabes en la ventana,
tan grande como un minuto.

Pero quién soy yo para juzgar
con  grandes zancadas en el agua,
aspavientos de piedra lanzada al aire
al epicentro de la penetración.

Puedo decir con seguridad que esta casa
ha sido penetrada por la luz, por la humanidad,
por las sombras mencionadas hasta el cansancio, 
por un trago amargo y un dedo de miel, 
donde solo el deseo sacia el deseo.

En el beso, una pluma. En tu pecho mis labios.
Otro salto mortal desde el ala de un pájaro.
El ruido de los cohetes se evapora en la distancia,
sin embargo, ¿Cómo se dice esto?
querer cerrar los ojos ante todo, ante ti, jamás.



Beatriz Osornio Morales. Imagen de pinterest.
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Y más

Pese a lo que la gente piensa, soy un ser frágil, una simetría que sabe, que inevitablemente, un día se hará trizas, vapor, cenizas, humo al viento, porque también soy trizas, vapor, cenizas, humo, viento.

Pese a lo que tú piensas al beber mi néctar oculto, la eternidad, esa que extraes extasiado en la tela de mi intimidad, jamás te abandonará.

Tu aroma está siempre en mi memoria,  pese a que el recuerdo algún día también deja de ser, te aseguro me queda tu presencia. Porque yo, ser, memoria, soy sólo en ti, eso, néctar, memoria sin memoria, y más.

Beatriz Osornio Morales, imagen de la red.

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Salamandra

Largo…el día…
me carcome el orificio de la piel.
Sabe a nada y sabe a sueños.

Quisiera que te acordaras
de la estupefacción remota al olvidar,
que a los días les crecen los extremos,
como a las salamandras una pata
que ya nunca recuerdan.

A final de cuentas, el día
nunca deja de ser un desconocido,
reconociéndose a diario
en el vaivén de las palabras,
un rancio lirismo involuntario
en la piel.

El tiempo es un agujero negro
por donde se  escapa el universo,
pero a veces, vuelve la certeza 
de vivir una vez más, para siempre.

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Beatriz Osornio Morales, imagen de la red.