En un azul de tono absurdo, verso
y vastos coros cantan al unísono,
las voces individuales se mezclan
en la condensación de las escalas.
Como un denso humo que se inhala
la vida exhala inmensas bocanadas,
para tocar un acorde, tu garganta
de pétalos abiertos, otra canción.
La ciudad observa un halo a distancia
mientras cantan los grillos sus vértices,
las casas todavía sueñan ser casas.
Puertas abiertas que se cierran, abren
en la piel el fuego azul, vise versa,
ya es primavera en esta voz, estancia.
Beatriz Osornio Morales, imagen de la red.
Hay una canción que canta un brindis a todo lo que perdí en ti, que a parte de tiempo, no sé qué nombre le daría.
Solían ser muchas las cosas que me hablaban de ti. Solo porque no soy de las que se dejan al abandono, por puro orgullo me convencía cada día que yo también te había abandonado, incluso te abandonaba a diario.
Con el tiempo son menos las cosas que saben tu nombre, ya ni el abandono se llama como tú, y eso que no lo he intentado, realmente en lugar de esforzarme en olvidarte, decidí acordarme de mi todos los días, y para tu sorpresa (seguro te sorprende) encontré una mujer completa; no creo haber perdido gran cosa en ti, acaso, unas cuantas tardes enamoradas en las que me apegaba a ti. Sólo que esas tardes en su momento fueron un plus que no tienen porqué ser pérdidas ahora.
Todas las cosas que perdí no son esas tardes, no sé cómo se llaman, quizá sean las cosas que sentía solo contigo, pero si no las sentía antes de ti, no eran pérdida, ¿Por qué considerarlas pérdida, si de ello puede resultar algo maravilloso?
Si es de silencio la noche
se abre y ensordece la ciudad,
sus estruendos incrustados
en las paredes
suavemente quedan en duelo
bajo las luces de neón.
Es de algo que fenece la gente…
hablan las lápidas al benigno
césped y el musgo,
que crecen cerca del sueño
que murmura la hierba.
Cuando ya no haya que decir;
ese no tener qué decir, en lugar
de un trago solitario,
llevará nombre propio.
El silencio es muchas cosas;
no conoce la nada,
lo comprenden los mudos,
lo escuchan los sordos.
Si el silencio es esta música
va a tocarnos nuevamente,
y sin dormir, sin lavarnos los pies,
con la voluntad rasurada,
a ras de un sí, un no;
el jardín florece mientras bailamos.
B.O.M
La noche seguía nevando
y a ratos, el viento golpeaba
con graznidos de pájaro en la ventana.
El cuerpo del sonido
aun resbala en el vidrio
como un animal herido,
su gran rueda de soledad
piensa sin pensar,
fresca entre los follajes.
Adentro, el abandono se exilia
pero antes de irse a dormir,
empuja los cuerpos a una pasión secreta,
que ya habían bebido en otro siglo los dioses.
Una música ligera marca el rítmo;
movimientos imantados al beso.
Bailan en la alfombra
y un jardín oscuro los oculta del mundo,
entonces escuchan las mismas notas
en el mismo paso, y
mientras sopesan el roce de sus caricias,
crean una rapsodia
con las voces inaudibles del tacto.
Es imposible imaginarse sin esta mano,
fuera de esta forma, suspiro de la carne,
ser algo más. No hay nada más allá de este
instante, más allá del tiempo se caen los pasos.
Es 20 de Julio, y había dicho que publicaría solo temas poéticos en el blog durante todo el mes de Julio, se me ocurrió dedicar un sólido (entero) mes a la poesía, como si no fuera suficiente pensar y ver la vida en poesía, despertarme y encontrar que la poesía no duerme, que maniobra en mis pensamientos sin descanso, que me deleita su caridad dialéctica a veces limitada, que a ratos me crece más allá de donde los ojos alcanzan a ver, y yo tan limitada y carente de vida y de amistades por culpa de la poesía. Pero la queja no es contra la poesía, ni siquiera contra el lunes, quiero quejarme del verano.
No me sienta el verano, apenas puedo moverme en ese hastío de lodos espesos, y vapores imposibles de respirar, cargados de mosquitos y residuos de polen que no floreció en la primavera. El mínimo movimiento físico rompe en sudores que duran todo el día, así que ando con tiento hasta para doblar la ropa, que sale caliente de la secadora y ha de doblarse de inmediato para ahorrarme la planchada. El café he tenido que beberlo helado para mitigar los bochornos propios del verano y de la edad. En el verano extraño el café caliente, y poder comer una rebanada de pastel con mi capuchino a deshoras. Me gustaría desempolvar los abrazos del invierno que dormitan en los suéteres y los abrigos colgados por meses.
Mi queja es porque la tristeza del verano, no se parece a la tristeza, es más bien ansiedad e impaciencia por una muerte anunciada que jamás llega. El vapor del verano empaña la nostalgia del otoño, la frescura de la primavera y hasta el reto del invierno, nada es claro en el verano, eso me hace sentir grinch. Muchas de las peores cosas me han pasado en el verano, cosas difíciles de superar, es como si esa cocción que es el verano suprimiera la libertad de actuar. Y es que se está muy bien en el verano, pero la única forma en que yo me encuentro bien, es haciendo nada, como un ciego después de un largo andar por la caótica ciudad. Estoy bien así, me siento segura en la inanición, quieta e inquieta en el interior. Esperando a que las hojas se muevan y escuchar aquel murmullo tan lejano aquí, en el bienestar del verano que desdeño.
En un convento secular donde viví un tiempo cuando era estudiante en Morelia, había una pequeña mujer que padecía histeria crónica, según me confesó una tarde junto a los lavaderos. No sé. Me imaginé algo así como que padecía de unos ataques violentos.
Ella era muy pacífica, de hecho era una de las personas más agradables del convento. Usaba su pelo rubio corto, su piel blanca lucía siempre limpia. Y era increíble para mí encontrar a una persona más bajita que yo, lo cual me maravilló desde el principio. Tenía los ojos claros entre azul y gris; callada pasaría fácilmente por extranjera gringa, pero el dialecto de su español era tan perfecto que delataba su origen michoacano a millas.
La llamaban Rudi. Nunca supe si ese nombre era real o era una denominación o apodo derivado de su verdadero nombre. Ella era miembro de la orden y yo una simple estudiante que no tenía donde vivir. Comprensiblemente la interacción o curiosidad a un acercamiento con cualquiera de ellas, era limitado. Había más relación entre las estudiantes, pero Rudi era amigable y eso me vino bien.
Creo que allí fue donde escuché la palabra “histérica” por primera vez en mi vida real, es decir, fuera de los libros.
Entre las estudiantes que nos asilábamos en el convento, había dos que estudiaban psicología. Fueron ellas quienes después me dieron una explicación científica de la palabra “desorden psicológico o enfermedad nerviosa donde se experimentan extremos cambios emocionales y … bla,bla,bla” entonces la palabra y sus derivados me gustaron menos… hasta que llegó a mis oídos el álbum “Hysteria” de Def Leppard, en particular la canción que le dá título, Hysteria que habla de ese sentimiento mágico de cuando empiezas a creer. Así entendí que el término puede ser una especie de éxtasis descontrolado, contrario al concepto de enfermedad psicológica que se imagina uno al leer la definición científica. Una enfermedad se sufre mientras que un éxtasis se goza.