En Febrero de este año por fin se me hizo leer La Campana de Cristal de Sylvia Plath, poeta norteamericana contemporánea del siglo XX. Después de querer y por angas y mangas quedarme queriendo, cumplí el deseo de indagar el libro, de disertar en su aire que en inglés “The Bell Jar” me sonaba a jarra de cristal.
Entre otras cosas, leí también algunas opiniones y críticas al respecto. Y entre que si es una novela autobiográfica, o ficción realista sobre la adolescencia y las encrucijadas a las que se tienen que enfrentar los jóvenes, en particular las mujeres al llegar a la vida adulta, o si bien es una novela feminista, un tanto autobiográfica que trata la situación de una joven artista frente al dilema de sus limitadas opciones, la de lo convencional, casarse y tener hijos apostando a perder su lado artístico, o dejarse ir con toda la lucha de la creatividad, renunciar a una vida convencional, rechazar a su prometido y explorar todas las posibilidades como individuo, tanto en lo profesional como en la vida sexual, esto último es expuesto más como una teoría que la protagonista ejercitó solo una vez y con consecuencias horribles, por cierto, pero si escoge renunciar a lo convencional, debe enfrentarse a la soledad y aislamiento. No contaré la trama, lea. Yo me quedo con sus atmósferas.
El principio es un “gancho” tremendo a la imaginación, que poco a poco se va convirtiendo en el mismo impacto, la misma angustia del personaje que lee en cada esquina de New York, la noticia sobre una ejecución en silla eléctrica. De por sí, New York es un escenario perfecto para casi cualquier historia inquietante, y en verano más por los niveles de humedad y calor desquiciados.
Sylvia maneja a lo largo de la novela, una descripción aguda, inusual y detallada de lo que está ocurriendo. Y al mismo tiempo, uno se imagina a la artista cómo va colgando los detalles más inesperados en la trama, uno a uno, como ropa recién lavada en el tendedero, flotan, se airean de la realidad emocional del personaje.
Es sorprendente la naturalidad con que se van distorsionando las visiones de Esther Greenwood, de lo racional e inteligente como una joven poeta que ha ganado varios concursos escribiendo poemas y cuentos , a lo irracional e inteligente hasta el final, cuando la adversidad pone a prueba su sanidad mental y tiene que ser reparada.
Nunca había uno sido testigo tan claro de la postura de un personaje en tiempo presente, un tiempo que recurre a lo largo de la novela, el pasado es apenas mencionado y el futuro, tiene solo una predicción al final del libro, cuando un personaje sometido a tratamientos de electroshocks ve la posibilidad de salir a la calle a tratar de vivir nuevamente una vida normal, lo que es, así como la posibilidad de olvidar, y lo que podría ser, aceptando su realidad de mujer reparada como parte de lo que ella es.
Puedo decir al terminar recién su lectura, que me entretuve infinitamente en observar ese mundo distorsionado pero más claro que el agua. Estuve leyendo con avidez al punto del morbo. Lo triste es que a su término, la convicción más cierta que tengo es que el aire bajo la campana de vidrio, es irrespirable, pero elemental en su dimensión literaria.
Beatriz Osornio Morales. Imagen de la red
4 respuestas a «Campana de Cristal»
Desde la lectura del ensayo de Lucía Leandro Hernández, se entiende por qué ESta Novela de La campana de cristal, es decisiva para entender cómo se relacionan vida y literatura en Silvia Plath. Y, por qué, la Plath, debía acudir al monólogo, el fluir de la conciencia para contar, heredado de Virginia Woolf, el martirologio interior de Ester Greenwood, que era el suyo. Es la técnica más cercana al dolor, la angustia, la ansiedad de los seres humanos traspasados por el deliquio y el devarío.
Un a brazo desde mi cubil colombiano.
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Y es que el flujo de conciencia es el modo más efectivo, cuando se trata de exponer lo que ocurre en el interior de los personajes, Woolf lo enseña magistralmente. Gracias por tu comentario, Carlos. Abrazo
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Nunca leí nada de Plath.
La literatura norteamericana es tan desconocida para mí como yo lo soy para ellos. Tal vez, algún día, eso cambie.
Saludos,
J.
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Así pasa a veces. Pero puede cambiar. Saludos José
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