A veces me cansa la cautela, seguro que es algo común. Imagina que llevas largo tiempo de tu vida, años, quizá una década, pisando en un suelo con vidrios rotos, entre cascarones que no quieres romper, o entre minas que si pisas, causarán una tremenda explosión, de la que seguro nadie escapa sin daños. ¿Verdad que cansa? Vivir así por largo tiempo convierte la vida en algo insoportable.
Habrá días que no querrás levantarte de la cama, otros en los que, con demasiado esfuerzo lo logras, te arreglas y pones tu mejor cara para los que amas. De pronto (porque nunca falta) con cualquier cosa te dan ganas de llorar, con un esfuerzo sobrehumano logras suprimir las lágrimas al menos hoy, porque no quieres que te vean llorar y porque en el trabajo hay que portarse con profesionalidad. Hoy fue un día de esos.
Cada noche le das la bienvenida al sueño, pero mañana hay que despertar otra vez. Con el tiempo, acabas por creer que estás dentro de una bestia a punto de despertarse, y por si acaso, hay que andarse con cautela.
Puede ser que de pronto te sientas vulnerable. ¿Te has sentido así sin darte cuenta? entonces quizá cabría preguntarse si eso ha sido realmente sentirse, o darse cuenta…muy pocas cosas sentidas en otro momento pueden comprobarse. El recuerdo de la emoción quizá sea otra emoción, pero no la misma.
Pensando en eso, me viene a la mente lo que decía Sartre sobre lo imaginado y la imagen del objeto imaginado; esa construcción elaborada que hace la mente sobre una cosa, no es la cosa. Lo mismo aplicaría al recuerdo, por más fotográfica que tengamos la memoria,lo que recordamos sentir no es lo que sentimos en su momento.
Hace un rato, escuchaba a mi marido quejarse de su mejor amigo, con el que siempre salen de andadas: “Se ha vuelto muy errático al manejar”. Su amigo tiene dos Porchas y disfruta manejar, incluso en pistas de carreras, lo cual hace más inaceptable para mi marido su gradual degradación. “Y se imagina que es de los mejores conductores, pero golpea las esquinas, se cruza los carriles y da unos frenones espantosos” No sé si es porque en la mañana había leído a Sartre, y sus ideas aún están frescas, pensé que a la mejor la imaginación humana es lo único que no envejece. Aunque el cuerpo físico y su funcionamiento traicionen a la humanidad, el poder imaginativo perdura. Por ejemplo, cuando bailo, me imagino de una forma, un recuerdo quizá de mi juventud, y me sorprende ver las evidencias de que la movilidad de mi cuerpo no es tan asertiva ya.
En algunos casos esa habilidad imaginativa puede causar desilusión, como el ejemplo anterior. Lo mismo que la forma en que el amigo de mi marido se imagina que maneja, y la realidad es otra, incluso peligrosa para el que maneja sin buenos reflejos. Sin embargo, en muchos casos, sobre todo en la creatividad, ese poder imaginativo puede ser una fuente inagotable de resultados innovadores.
Borges tenía talento y un poder imaginativo sin igual. Pero eso no lo pensé al escuchar a mi marido, sentado junto a mí en el asiento de pasajeros mientras lo llevaba a recoger su carro del garage, donde le cambiaron el aceite; íbamos intentando hablar de trivialidades y por eso no entendió cuando dije lo de la imaginación. “¿la imaginación no envejece? ¿Qué tiene que ver eso con…el nombre de su amigo? pues que tú notas como tu amigo cambia físicamente y hasta mentalmente con la edad, pero al parecer, uno conserva esa fuerza imaginativa con la misma vitalidad de siempre.
Mis palabras hicieron eco en la imaginación y adiós banalidades, pensé. Lo bueno es que casi en seguida llegamos al garage donde dejé a mi marido.
Un tema de actualidad que ya avizoraba en mi diario del 2010, donde exploraba en la pregunta ¿Puede la escritura alterar o robarnos la identidad?
El otro día que recibí el email de un amigo escritor, caí en la duda al darme cuenta de que estaba utilizando su nombre de escritor, es decir, seudónimo; por supuesto que con el correo enviaba publicidad de artículos en venta. Encontré que se había hecho un nombre distinto para ciertos asuntos. Esto sólo afirma lo que viene ocurriendo en las redes sociales.
Si utilizamos nombres reales hablamos en particularidades, decimos ciertas cosas de cierta manera. Si utilizamos seudónimos hablamos distinto. ¿por qué? quizá algunos se escudan en que es por medidas de seguridad. La verdad ya no es segura, atrae peligros. Y no es solamente la inhibición de lo que dirán si expresamos opiniones reales sobre asuntos reales, sentimientos reales, y el qué dirán. Ahora todo lo que se diga en la red puede ser utilizado en tu contra. Existe una persecución, sí, una paranoia masiva. Esto está causando serios problemas psicológicos que repercuten en problemas sociales a corto plazo, y a largo plazo, se van deteriorando casi irreversiblemente las habilidades de comunicación social.
Pero el asunto de escribir bajo un seudónimo literario es algo muy común, y lo ha sido por siglos. Un recurso que se ha utilizado por distintas razones. Dentro de mi investigación, me encontré con varios escritores que no sabía que habían utilizado heterónimos, como Pablo Neruda que en realidad se llamaba Neftalí Reyes, a razón de no molestar o fastidiar a su padre, quien supongo que no estaba de acuerdo en haber engendrado a un poeta. George Orwell es el seudónimo de Eric Arthur Blaire, lo utilizó para evitar que sus familiares se enteraran de su escribir. En el caso de muchas mujeres, se utilizó el recurso del seudónimo de manera más necesaria, puesto que desde la antigüedad solo los hombres ejercían esta profesión. Es comprensible que las Brönte se vieran en la necesidad de utilizar seudónimos masculinos con la finalidad de que su obra fuera aceptada, no solo en el mercado, como en la sociedad misma.
Bajo las bases expuestas previamente, yo concluyo que la escritura literaria, dicho sea de paso, puede, en lugar de alterar o robar la identidad de un escritor, reafirmarla, ya sea que dicho escritor se vea en la necesidad de utilizar heterónimos, o que sea un necio como yo, y decida imponer su nombre de herencia en su labor creativa. En el caso de las redes sociales, el asunto es más complejo, puesto que las políticas de la red pueden favorecer, por lo menos en apariencia, el uso de seudónimos para abrir perfiles, al tiempo que por extrañas razones, de pronto desaparecen, o se encuentran congelados. Y es que uno asume que en las redes sociales se ejerce la libertad de expresión así como el respeto mutuo, pero muchos individuos se respaldan en un seudónimo para ejercer comportamientos permisivos e irrespetuosos con los demás usuarios. Son muchos aspectos a considerar, por lo que aún cabe cuestionar lo que en realidad es considerado como identidad, y si en verdad se encuentra en peligro de extinción.
Anda por allí un pensamiento recurrente dando vueltas en la cabeza. Es sobre el uso excesivo de la retórica, lo odioso que es, lo molestos que resultan esos textos en que el autor se muestra, ya sea ignorante, o ingenuo, y en dicha presunción, hace preguntas que sabe perfectamente que nadie va a contestarle. Es evidente que las preguntas se las hace a sí mismo, y es más una forma presuntuosa que algo efectivo, pues rara vez contesta a sus mismas preguntas, o las responde puramente desde su perspectiva subjetiva.
Pienso que a veces, una pregunta repentina lanzada al aire, puede ser además de la forma de jalar la atención del lector, una forma de abrir un contexto en el tema, lo cual es perfectamente aceptable, pero no con la excusa de imponer una postura personal, sino de exponer otra posibilidad tácita.
No es lo mismo decir “¿por qué se suicidó si no era culpable?” donde se lanza culpabilidad tácita en la acción del suicida, de alguna manera se considera su acción como la confirmación de culpabilidad, a decir “¿por qué se suicidó?” injustamente diría yo, pues ¿Quién va a responder a la pregunta?, en ambos casos, nadie. El suicida está muerto. Por lo que puede deducirse que en el primer caso, el autor intenta expresar, más que otra cosa, su opinión personal sobre la culpabilidad del suicida. En el segundo caso, se expresa simplemente, perplejidad y la respuesta podría ser múltiple.
Ese tipo de retórica es en mi opinión, mal intencionada, pues se cuestiona sin escrúpulos la posible inocencia de un muerto, que quizá quiso afirmarla con su acción final. Es una retórica tóxica e irresponsable cuando se lanzan preguntas sin respuesta al aire, pues no buscan esclarecer o explicar nada, buscan provocar opiniones que muy poco tienen que ver directamente con el sujeto.
Hannover, de Vita a Virginia, 29 de enero de 1927.
Trabajaré duro, en parte para complacer, en parte para complacerme, en parte para hacer que pase el tiempo, en parte para tener algo con lo que compensarte. Atesoro tu repentino discurso sobre literatura de ayer en la mañana, una especie de afectuosa despedida, como un Polonio a Laertes. Es más que una verdad que tú has influido intelectualmente en mí infinitamente más que cualquier otra persona, y por eso te amo, y siento endurecerse mis músculos.
‘Il poeta e un’ artiere’
Che al mestiere
Fece i muscoli d’acciaio .’
Sí, mi Virginia muy querida, estaba en una encrucijada en el momento justo en que te conocí. ¿A ti te gustaría que yo escribiera bien, o no? Y yo detesto escribir mal –y haber escrito tan mal en el pasado. Pero ahora, al igual que la Reina Victoria seré buena. ¡Diablos! Desearía que estuvieras aquí –el grupo de potros da brincos con ímpetu. Envíame cualquiera de tus papeles y envía “Sobre la lectura”. Por favor. Espero que mis cartas te lleguen rápido y pronto. Dime si escribo demasiado a menudo, te amo.
Desde mi terraza pensaba en la temperatura del día, disfrutando de respirar el tierno amanecer y un café caliente. El frío y el calor, de un extremo a otro. Yo estoy en medio. Sin embargo, la precisión de esos dos extremos es subjetiva ¿En qué punto específico se define el frío o el calor?
Luego pensé en lo tibio, lo bien que se está aquí, lo bien que se siente la neblina, o el vaporcito del café, un beso de mariposa, un pestañeo en la cara, una sábana tibia para aliviar los efectos de la anestesia o la pérdida de sangre. Quien quiera que haya experimentado algo de eso, sabrá que la tibieza es la temperatura perfecta, la más tolerable y hasta bienvenida para los humanos.
Ahora bien, es comprensible que ante la palabra “tibieza”, nos venga en mente aquello de “me repugnan los tibios”. El caso es que de pronto, esa conexión explica de igual manera la bipolaridad social que existe en la actualidad, y que quizá sea una bipolaridad sistémica que ha existido desde hace siglos. A lo largo de la historia se han ido creando sociedades bipolares, enfermizas ¿por qué? En la biblia se encuentra el verso del Apocalipsis que narra: “`Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.” Ap.3:16. Eva Perón, en su apoyo y divulgación del peronismo, utilizó mucho esa frase para enfatizar el nivel de fanatismo que debe existir en los aliados para ser considerados aliados, de otro modo, asquean y más valiera ser enemigos: “ Los tibios, los indiferentes, las reservas mentales, los peronistas a medias, me dan asco. “ Cita de El ciudadano.com a 101 años del nacimiento de Evita Perón.
Y así, a lo largo de la historia universal, nos vamos encontrando con situaciones y dramas sociales que pareciera no dejan espacio para la templanza, o el equilibrio. Estamos siempre a extremos unos de otros, tristemente.
Piensa en el arte como algo que ejemplifica (al menos en apariencia) el valor de la bipolaridad, puesto que es casi siempre una especie de chispazo, según algunos, lo que detona el momento creativo. ¿De verdad es así?
Se nos ha hecho creer que un genio o un artista, es un afortunado bipolar, a quien de repente se le ha prendido el foco para crear algo, como si la disposición, preparación , el conocimiento y el trabajo no contaran en la creatividad.
Yo te digo por experiencia propia, que por más momentos creativos que tenga, por más chispazos y prendidas de foco, si no hago el trabajo de narrar, el trabajo de lenguaje, en el caso de escribir, tras el primer trago o el primer bostezo, aquello habrá quedado en el olvido, otros chispazos se cruzan, una comezón, o un problema en turno, harán desaparecer la primera intensidad, por lo que sin trabajo no hay texto, no hay poema. Si se le pregunta a un diseñador de modas sobre lo que toma el proceso de un nuevo diseño, quizá se ahorre decirte sobre los múltiples intentos, los borradores tirados a la basura, los ajustes de línea, qué sé yo. Igual que un artista, no va a enumerar la cantidad de bocetos que le costó cada obra.
Así que podríamos decir, que entre intentos se va templando la temperatura del momento creativo, por lo que al final queda la temperatura perfecta, la más tolerable, la más cómoda para la subsistencia humana.
Cada uno crea como sabe, como puede, como quiere. Pero últimamente he visto en la red, algunas afirmaciones que me hacen sonreír, como lo de que hay que hacer las cosas con ovarios, con huevos, o cojones, como lo prefiera, ¿y por qué? uno es libre de hacer las cosas como le venga en gana. Haga lo que haga, no se deje vituperar, usted sabe lo que quiere hacer y cómo lo quiere, lo demás es cuestión de temperatura y temperamento.
Estuve a punto de detonar la muralla del silencio, luego, la duda.
Leyendo a Hemingway dan ganas de escribir distinto, un poco sobre la línea, desde arriba, desde afuera, hacia allá, o hacia acá, con un estilo hiperrealista, pero, (sin quejas) hay tan poco aquí. He estado mucho tiempo en este lugar, lo que hay parece poco, las cosas están siempre calladas, mudas. Lo que yo pueda decir de mi banco frente al espejo, de pronto carece de importancia, es irrelevante, necesita una trama, ser parte de ella.
Ojalá ocurriera algo qué contar para levantar este escenario desde dentro. Quizá lo que necesito en este momento es imaginar, imaginar que las cosas (mis cosas) tienen algo que decir, y que yo tengo la disposición de escuchar y escribir, practicar la descripción realista, como Hemingway.
Mejor aún, hay que salir con todo y sin titubeos (son muy feos), asomarse a la puerta, sentir el fresco de la noche en la cara; todavía iluminan las luces encendidas de navidad. El año ya pasó. Es año nuevo, y el corazón late con una extraña anticipación distinta a la de cada año.
Vencida la duda, el silencio se derriba en estallido de cristal. Al caer, las luces van reflejando los instantes de un nuevo sonido, las risas y el chocar de los vasos en el brindis.
El cerebro humano es tan rápido en su funcionamiento, que la formulación de reacciones aparenta ser fugaz instinto, conforme surgen los versos, su elasticidad dual acaba en narrativa. Este post por ejemplo, era el final de unos versos que tenían que ver con la memoria, venir a ver en lo que acaba el final de un principio.
Uno mismo no se da cuenta muchas veces de cómo pasa la mente de un pensamiento a otro, el asunto es que no entendemos cada función del mismo: Puede uno estar moviendo la mano sin pensar que lo está haciendo, o estar parpadeando, el corazón latiendo sin que uno sea consciente.
No se necesita la conciencia para respirar, gesticular o hacer uso del cuerpo, el cerebro, una parte oscura se encarga de ello ¿No es para sentirse traicionado o indefenso ante un desconocido? Tal es la naturaleza. Nunca lo viví más claro que durante los embarazos, todo ocurre silenciosamente en el cuerpo de la mujer, sin embargo, es allí donde se experimenta un algo, alguien debe estar a cargo de lo que sucede, se experimenta una presencia como recompensa a la soledad en la que nacen los hombres.
Hace rato que me disponía a hacer ejercicio, encontré el diccionario de arte. Tiene tiempo no le hacía caso, así que decidí hojearlo casualmente, sin buscar a ningún pintor en particular.
Con Pollock en mente, me detuve en Schiele. Una de sus obras más tristes (lo que he visto de él tiene atmósfera de tristeza) se llama “La Muerte de la muchacha” ? podría ser “la muerte y la doncella” en tonos ocre donde contrastan los contornos oscuros de las figuras: Un hombre devastado, la muerte abraza la figura de una mujer al parecer inerte, con los ojos abiertos, fijos en algún vacío lateral. Ambos cuerpos rodeados de espaciosas incertidumbres, contornos, texturas abrumadoras y dudosas, externas y subterráneas.
Sin querer clavarme mucho eché un vistazo a la reseña. No pude evitar asombrarme de que Egon Schiele haya muerto tan joven; tenía apenas 28 años. Según la reseña, él y su joven esposa murieron el mismo año. Él muere después de ella. Qué cosa más triste la muerte y que belleza esta pintura.
Yendo en reverso (a menudo leo así los libros) pasé por Munch, Klimpt (Amo a Klimt), Klee, Monet, vuelta a Renoir con sus paisajes bajo el agua, Rubens, el impresionante, el agudo Rubens, en zig zag fuí por Picasso y sus juegos de simetría, y Pollock.
Solo hay un cuadro de Pollock en este diccionario, se llama “Aire de Lavanda” obviamente es abstracto. En un fondo de lavanda salpicado de flechas en tinta oscura, parece que unas van y otras vienen, y el aire a pesar de estar saturado, coincide con ese universo salpicado de aconteceres.
No me detuve a leer la reseña en esta ocasión. Estoy segura que en algún momento lo haré y Pollock quizás salpique otra vez en mi página.
Cierto placer olvidado regresa a mi al hojear el diccionario de arte, observar las pinturas produce sensaciones de paz, o emociones alocadas frente a la belleza, algunas con más severidad, pero no por eso, inferiores en su riqueza artística. A veces hasta producen sentimientos contradictorios de rebelión, tristeza, angustia, deseo, delirio, inspiraciòn.
Creo que volveré a disfrutar más seguido del arte y sus artistas.