Algunas tardes de otoño, vuelo mi pequeño cometa frente al ventanal del Viejo. Su casa comparte el patio con nuestro jardín trasero, donde mi madre y yo criamos conejos y aves.
Cuando hay buen viento es fácil, el dragón sube casi solo. Pero cuando el viento es escaso la historia es otra: El volantín al principio apenas si sube con dificultad, sin embargo, una carrera intensa alrededor del patio y no tarda en alcanzar el equilibrio, parece uno con el aire.
Al viejo, que reniega cada vez que el dragón choca contra el cristal de su ventana, le gusta vernos jugar a mí y al cometa. Lo he visto observarnos y sonreír (mientras piensa que nadie se da cuenta) bien quieto tras el marco de la ventana, con sus manos apoyadas en el desayunador y sus ojillos acuosos en dirección al jardín.
Una vez dominado el hilo del viento, no hay necesidad de correr. Entonces me paro en el centro del llano, sosteniendo la hebra que nos une a mí y al cometa, giro sobre mis pasos y observo la silueta del viejo, oscurecida por un interior incierto a sus espaldas.
Cuando el viejo se percata de ser observado reacciona con enojo, como si le hubiera caído un cometa de verdad. A mi vez, distraído por la turbación, tropiezo contra una gallina y sus pollitos. El cometa pierde contacto con la línea del vuelo, y allá viene el acróbata a caer sobre un vidrio helado.
El viejo Roque tiene motivos para regañar, pero yo nunca podré abandonar mi cometa de alas policromas, es de una fragilidad sin igual, difícilmente podré rescatarlo de las ramas del rosal dormido, debo alcanzarlo. Ya sé que su cuerpo son sólo unos cuantos palillos chinos en forma de mal dragón, sus alas de plástico, y en total no es algo caro, pero no hay volador más fascinante que mi dragón; el viejo estaría de acuerdo…de no ser tan gruñón.
Beatriz Osornio Morales. Imagen de la red
8 respuestas a «EL COMETA»
Pero los viejos que no son gruñones no son, realmente, viejos.
Saludos,
J.
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Efectivamente, pero no tendría que ser así…insisto, pues también alguna parte humana permanece en la infancia. Saludos!
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Tu cuento me hace ser más niño. NO puede esconder esa alma infantil, que me viene de cuando elevábamos pandorgas en el Cerro de la cantera, por los meses de agosto. ASí fuera una pobre cometa de palillos y papel celofán de colores patrios, era la mejor, como la tuya. Un abrazo. carlos
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y es que en la infancia las cosas tienen otro valor, me encanta la infancia.
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La belleza de hacer volar, nos hace imaginar que también andamos en el cielo. Gruñones siempre habrá. Abrazos y rosas.
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Así es Rubén, los gruñones tratan de esconder su propio vuelo. Gracias por tu comentario. Saludos de vuelo.
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Que bonito cuento, para contarlo mañana por la tarde mientras asamos castañas. Una delicia leerlo despacio y. Abrazucos
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Gracias Ester, bienvenida a su lectura. Abrazos.
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