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El quebranto de la duda


Atónita y llena de extrañeza queda al abrir la puerta y ver lo que nunca en su vida imaginó: Rocío, su mejor amiga duerme en la cama. No se explica cómo es que entró en la casa. Las únicas personas que disponen copia de la llave, además de ella y Julián, son su suegra y la vecina española, que por cierto, está de viaje. Julián regresa de trabajar tarde, ella hará apenas tres horas que salió de compras; en el transcurso de ese tiempo, algo debe haber sucedido.

Al acercarse, ve que su amiga tiene una herida en la cara. Un sobre salto la invade. ¿Qué quiere decir esto, estará bien? Vacila al acercarse. ¿Rocío? ¿Chío, qué tienes? No me asustes.

Al no recibir respuesta, se abalanza sobre el cuerpo quieto, lo toca, no está frío, lo jala del costado para verle el rostro. Un grito escapa al levantarle el pelo y descubrir que Rocío tiene más heridas en la cara, en el pecho y en el brazo sobre el que está recostada.

No sabe qué pensar, corre hacia el teléfono, marca un número incompleto, por la turbación no recuerda el resto del número de la oficina de Julián. Hay una pausa que parece infinita, continuar marcando teclas, o simplemente renunciar.

Sin colgar el inalámbrico, alcanza el directorio. Al inicio de la sección amarilla busca los números de emergencias, sigue las líneas con el dedo índice, hasta leer “Reporte de Abusos Femeninos” Re direcciona la llamada, una voz seca pero firme contesta con un simple “¿Bueno? ella queda en silencio, la voz se repite del otro lado. Ella sin saber qué dirá cuelga.

Avanza en las líneas con el dedo, se detiene en el número de la Cruz Roja.

Cruz Roja ¿En qué puedo servirle? dice esta vez la voz de un hombre. Vacilante, Sandra indica que necesita una ambulancia. El hombre pregunta la dirección: Andador del Pino No. 79 Col. Arboledas, ¿Tardará? pregunta nerviosa. El hombre refiere que ya está en camino.

Rocío sigue inconsciente en la ambulancia, pero las dudas se disipan para Sandra al recibir la llamada de Julián, pidiendo que deje la llave de la casa en la entrada, bajo el tapete, hace días que no encuentra la suya… ¿Qué hacía Rocío en casa? ¿Habrá tenido otro ataque de epilepsia mientras…? Nuevas dudas se apoderan de Sandra.

Ya hospitalizada, Rocío de pronto, cae en un hoyo de nebulosa cálida, siente el cuerpo completamente suelto, desarmado contra la pelea por reavivarse que venía sufriendo. Las últimas voces claras que escucha después del silbido de la maquina quiropráctica, son las de Sandra gritando a las enfermeras, y la de las enfermeras acudiendo con prontitud en su auxilio. Luego del completo silencio que sucedió al llamado de alarma, Rocío ve transcurrir sucesos de su vida de forma desordenada.

En la ambulancia, inconsciente, acompañada por Sandra, puede percibir la preocupación de su amiga.

Suena el teléfono y sabe que es Julián. Mientras habla, Sandra mira de reojo a Rocío que intenta decir algo pero, su cuerpo no responde, sus labios no se mueven y los huesos de la cara los siente como atorados.

De un salto, pide al taxi que se detenga en la esquina, antes de llegar a la casa de Sandra, abandona el taxi y se dirige con pasos rápidos a la casa de su amiga, no dispone de mucho tiempo.

Sabe muy bien cuál es la habitación, es cuestión de actuar con precisión para no dejar huellas.

La cómoda está junto a la cama por un lado, junto al buró por el otro. Todo debe quedar intacto. Para alcanzar el cajón más alto sin desacomodar el resto de las cosas, Rocío acerca el banquito del tocador. Allí está la cartera negra, en la perfecta organización de Sandra, de quien se podría decir que exagera en su sentido del orden. Piensa en la noche que pasaron juntos Julián y ella. Era todo lo que había quedado de su amor secreto desde la preparatoria. Por timidez o por cobardía no dijo nada. Julián y Sandra empezaron a salir y ella intentó olvidarlo, el pensamiento de traicionar a su amiga de la infancia, la que siempre estuvo a su lado y hasta llegó a salvarla en sus ataques epilépticos, pidiendo ayuda y aprendiendo los medios físicos con los que podía evitar que se lastimara mientras llegaba la ayuda profesional, la sola idea de traicionarla le oprimía el corazón, decidió callar con la esperanza de que la relación de Sandra y Julián fuera sólo una relación pasajera. Luego formalizaron la relación, se iban a casar y ella seguía sumida en aquel amor imposible. El tiempo nunca estuvo de su parte.

Un año más tarde, Julián empezó a actuar como si supiera que Rocío lo amaba secretamente. Cuando estaban solos, se insinuaba con palabras y sonriendo de una manera diferente a cuando Sandra estaba presente. Las visitas disminuyeron, aunque Rocío se empeñaba en que Sandra no sospechara nada, siempre que podía se hacía la escondidiza. Pero la resistencia llegó a su fin una tarde que Sandra tuvo que salir de improviso a un asunto de trabajo. Era Sábado, Rocío paso a dejar la bufanda que Sandra había olvidado en su casa el fin de semana anterior, no sabía que Julián estaba solo.

Julián abre la puerta con una sonrisa que intimida a Rocío, quien no soporta verle a los ojos.

Sandra tuvo que salir, pero pasa. –No, ah!…creo que… volveré mañana, se defiende Rocío.

Vendrá pronto, ¿Por qué no la esperas? Insiste Julián.

Al cerrar la puerta, de espaldas, Julián la toma por la cintura. Rocío siente que la tierra se desmorona a su alrededor, luego el estremecimiento del mundo entero bajo sus pies. Cierra los ojos y se entrega por completo al derrumbe total del amor. Por la mañana, está decidida a luchar contra quien sea por Julián, así se trate de su mejor amiga. Cuando Julián la deja sola para contestar una llamada, Rocío, segura de tener el derecho de amar, coloca uno de sus pendientes en la cartera negra de Julián que está sobre la cómoda, luego la pone dentro del cajón más alto,

toma la llave que está en el buró y se marcha.

Pasan los días sin recibir ninguna señal de Julián. La angustia, las dudas y el arrepentimiento se van apoderando de Rocío, quien tras haber traicionado a su mejor amiga, y para quien la idea ya se ha convertido en una constante tortura, decide regresar y poner arreglo a la situación, solo espera que no sea demasiado tarde.

Sumida en el recuerdo de la única noche con Julián, Rocío toma el pendiente de la cartera que vuelve a colocar en el mismo lugar. Todo parece ir saliendo como lo esperaba.

Al momento de bajar del banco, siente el cuerpo tenso, tiene dificultad para regresar el banco al tocador, al menos había dejado la llave en el buró a su llegada, pero no alcanzará a salir de la casa, lo sabe, conoce los síntomas desde que tenía doce años. La desesperación se apodera de ella, tiene la respiración cortada, un movimiento involuntario la tira sobre la cama. Los ruidos de su voz ya desarticulada, rasguños desesperados y la espuma que echa por la boca, son todos inconscientes.

En el hospital es trasladada de emergencia a terapia intensiva. Esta vez el daño del ataque sobrepasó los daños precedentes, los doctores no dan esperanzas.

Sandra espera con angustia en la sala de estar. La ansiedad crece al ver entrar y salir a distintos miembros médicos.

Después de un rato, un doctor se dirige a Sandra.

–Lo siento, no pudimos salvarla- dice el doctor consternado. Sandra se siente devastada por la noticia, el dolor es muy grande y la sombra de las dudas que la habían poseído antes, ahora carece de importancia. Por fortuna tiene a Julián.


Beatriz Osornio Morales

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La espera de un sueño

Soñé que a Susana un hombre ebrio  la había manoseado en la calle a su regreso de la universidad. Pero qué va, eso no es un sueño. Ella se defendió con uñas y dientes, después de forcejeos y rasguños,  escapó como pudo. Corrió durante lo que a ella le pareció una eternidad. 

Estando segura de que el borracho la había perdido de vista, se detuvo mirando una sucia  pared,  y no pudo contener más las lágrimas. 

Pero minutos después el hombre reapareció con sus improperios y arrastrando los pasos.

La siguió hasta la casa, donde Susana entro sin pensarlo dos veces, el borracho se quedó afuera farfullando profanidades,  no podíamos des hacernos de él y su palabrerío insolente. Queríamos hablar entre nosotras, contar detalles, sin embargo,  entre la rapidez con que hablaba Susana y una extraña pesadez en la lengua,  las palabras se sintieron trabadas. Al cabo de un rato, unos vecinos se acercaron a percatarse de los disturbios en la calle. Intentaron convencer al hombre de que se marchara, de lo que resulto algo parecido a una complicidad tacita con el borracho, por el tono calmado en que los vecinos le hablaron para hacer que se alejara un poco de la puerta.

A mí lo que me preocupaba era  el niño pequeño que  estaba saliéndose por la ventana (seguramente atraído por los ruidos de la gente) del segundo piso, ¿De quién es ese niño trigueño? no sabía que la vecina de enfrente tuviese  niños.  

Y me preocupaba que Susana no se sintiera segura de poder irse sin más atracos del individuo. En su casa la esperaban ya hacía mucho rato.

Cuando  el hombre borracho se distrajo en alegatos ya más acalorados  con los vecinos, salimos a la parada del camión. Por poco nos subimos al camión equivocado. Esperamos largo rato, ya estaba oscureciendo y el camión no pasaba, no paso.  Desperté y el camión seguía sin pasar.  Y Susana nunca se fue.

B.O.M. imagen de la red.

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El trayecto-tercera parte

  

HISTORIA | Baño de gasolinera - YouTube

Son las 11:47 de la noche, todo  parece sospechoso, no sólo el Siena después de dos horas y media en la gasolinera. Diablo de Xavier, debió haberse ido de largo, a la mejor nos rebasó por el carril rápido, (porque eso sí, las autopistas, por lo general son espaciosas) dejando atrás el plan B que habíamos fijado como punto de  reencuentro, ya deben ir llegando a Virginia Beach y Sarah estará muriéndose de nervios, tiene una enfermedad fóbica que da miedo y risa,  no puede viajar más de cierta distancia sin sentir el pánico del alejamiento. Para colmo, Lucy  ya no puede contenerla por más tiempo, tendrá que ir a irritar más al viejete indú, que ha parado toda actividad para sentarse en una mesita junto a la ventana, mientras pretende encargarse de la administración y el papeleo del negocio. Como no se dé cuenta que eres la del siena sospechoso. Anda a ver que historia inventas para poder usar el sanitario de los empleados. No tienen baño para los clientes, «nunca vi cosa semejante» alega Lucy que cierra la puerta  en el silencio casi total de la noche.

  ¿Ahora comprende?, ¿verdad que comprende? lo de las encrucijadas tiene un sentido desordenado. Si usted cree en el destino, el problema de la casualidad estará resuelto, nada sucede porque sí. Pero yo no creo en el destino, qué quiere que haga.  Si las transiciones las tuviéramos que hacer simultáneamente desde distintos puntos del laberinto?, no se puede estar en otros lugares a la vez, pero algo conecta los movimientos que avanzan hacia nosotros y nosotros avanzamos al encuentro de casi todo lo que se mueve, imantados a lo otro, sin darnos cuenta, nos concentramos en planear anticipadamente, a pedir de boca, los destinos que desaparecen por casualidades que se cruzan. Pero, ¿qué es la casualidad? un ajuste, no se confunda con el destino, es un ajuste de los sueños que convergen en algún punto de la humanidad, usted sueña, nosotros soñamos, alguien más sueña, un todo nos sueña.  No crean que eso es una ventaja, o un destino, no, no hay beneficio alguno en perder toda una noche buscando a los compañeros del camino, perdidos en el mismo sueño, esperando en una gasolinera de  lo incierto, hasta sabe el diablo qué hambre o qué fatiga nos convenció de la inutilidad de la espera.

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El trayecto-Segunda parte

  La última vez que reconocí el altima de Xavier, fue a unos dos kilómetros después de Manassas,  cruzamos el entronque de la derecha, no recuerdo el número del exit, pero deben haber sido cinco minutos después del puente levadizo que conecta las venas principales de la autopista con ambos lados de la ciudad, dos vehículos desconocidos nos separaban.

  El viejo ya se pone de mal humor, ha llamado al auxiliar para encargarle de atender a los clientes que aumentaron, como si se hubiera condensado la fluidez de las bombas de gasolina y por alguna razón, el servicio se hace tan lento que casi desaparece de la circulación del tiempo, o quizá sea éste el tiempo real. Mira como se adivina la preocupación en su cara?, el escaso pelo en su frente indú le hace ver desmejorado, lo mejor sería orillarnos del otro lado de las bombas, para llegado el tiempo, estar más cerca de la salida.

  Pero del otro lado había más bombas, y con el espacio tan reducido de las gasolineras, los claxones pronto se hicieron oír de las filas. Bueno, con algo de suerte regresamos a estacionarnos donde antes. Lo único   incómodo es la cara del viejo, que amenaza como si pudiera reconocernos a través de los vidrios polarizados del siena.

  ¿Crees que se han ido de largo en la carretera?, ah! dices que nos seguían dos carros atrás, no entiendo cuál pudo ser el problema para perdernos de vista, Un trailer de tres vagones?,  puede ser  que en alguna entrada uno de esos camiones se atravezara, obstruyendo la vista primero y luego rezagando el tráfico, nunca faltan eventos como ese. (Otra vez el viejo nos mira como si fuera necesario pedirnos amablemente, que dejemos el espacio libre para los clientes que necesitan cargar gasolina. ¡Al diablo con el viejo!, mientras no se atreva a des afanarnos de nuestra espera. Qué hay de malo en que dos hombres y una mujer se estacionen en un siena color plomo con vidrios polarizados, qué hay de malo, si ni siquiera hemos abierto las ventanas para que tuviera pretexto de reclamar por la música fuerte y el humo?…con qué derecho reportaría a la policía que está viendo  un carro sospechoso. Lo de los vidrios polarizados es ilegal, pero no es motivo suficiente para decir que llevamos horas estacionados en un lugar de tránsito y que seguramente, fumando, representamos una amenaza a la seguridad del negocio y de los clientes.) También pudo haber ocurrido algún accidente,  para tardar tanto…

fordvehicles.com | Manualzz

B.O.M. imagen de la red