A mi madre
Hablan, agitan la voz
como pañuelo blanco,
cosido con pequeñas muecas,
olor a café, y pasos de gatito.
No tengo que aguzar el oído ante las gotas,
solo mirarte cuando hablas;
reconocer tu transparencia, madre mía.
Tu voz suave se impregna,
a la vez fuerte y acogedora,
al escucharla uno se pregunta
de dónde viene tanta felicidad.
La viertes toda en la mañana,
y por la noche aún gotean
tus palabras en mis manos,
el alma las apara dulce, canto…
para ungir la herida del adiós.
Tienes el nombre de la victoria,
ese gran territorio
donde no existe la orfandad.
Cuando estoy triste
cierro los ojos una vez por la mañana,
entre las demás gotas del río
escucho, te escucho
madre, gota.
Texto e imagen: Beatriz Osornio Morales
He sido feliz en la poesía,
escrita, no escrita…
llega a sorprenderme y a quemar
en la sangre,
cuando habla de mí,
parece que habla de ti,
me calienta como tu propia camisa
aún tibia en mi piel.
He sido feliz…
como ahora, a un salto del corazón,
con el signo de mi cabello volando
tras de mí en el columpio del poema.
Ese punto que danza en el agua
se sube a su reflejo,
se mete en el poema, soy yo.
B.O.M. Imagen de la red.
Entro y salgo de ti,
como de una casa vacía
en medio de la ciudad tumultuosa.
Con la yema de los dedos abro
suspiros,
separo torrentes y despierto
el fuego más allá de tu sombra,
tu sombra cubierta en humedad,
recorro su volumen
de pierna bien torneada.
Un árbol me sigue con la mirada
hasta tu pozo dulce, cálido
ramifica nuestro brazos
internos.
Unidos, los pájaros cantan,
el fruto madura.
Hacen nido en los vientres
amorosos, las mariposas.
Entras y cierro la puerta,
con suaves palabras
abro ventanas en tu pecho.
Tú arrimas las manos al fuego,
me besas, y así
frente a frente,
conversamos sin separar
los labios.
Beatriz Osornio Morales, imagen de la red.
Hablo de un sueño
porque me ha tocado con su pluma
su caricia líquida entre manos
vierte delicados hilos
en mi pecho.
Sus dedos ascienden
en dirección a
los cuatro puntos cardinales
de mi cuerpo
¿Quién percibe mejor la luz etérea
sino el pájaro que ya fue vuelo?
Entre los hombres
nadie que menciona la claridad
puede sospecharla siquiera
sino colgando de un péndulo
abismal.
Entonces el hombre
vuelve a ser aquel viaje
que apuntaba
hacia la cima del monte Everest
lleva sus pies a pesar
de saber
que el pesado tiempo
se aligera
cuando está cerca del fin.
Del ser condenado a morir
sólo queda un bosquejo
ingrávido como huella
que ha tocado el cielo
y sabe que por fin
alzará los brazos
en un grito pletórico de triunfo
Mientras tanto sueña-
huellas en la nieve.
Beatriz Osornio Morales. Imagen de la red.
“Soñaré si me da la gana”
Mi muerte debería ser asunto mío…
pero de pronto, alguien muerde
el borde a la última palabra, y
algo blando grita dentro de la roca.
El sueño se defiende
de quien quiera hurtarle su paraguas,
o morderle los labios, piedra preciosa.
Ignoro qué extraña fuerza
me lanzó fuera de mi, aún
tengo adormecida la quijada.
No sé el verdadero nombre de la muerte.
Por si acaso, antes de despertar
hay que tapar la grieta.
Con un beso se sella la fisura.
Soñaré en su cuerpo.
Hay una imagen desdibujada
y un nombre,
nombre y manos alcanzándose, apenas;
dos amaneceres de noviembre.
Hoy
nebulosas palabras habitan el sitio,
y en el lugar que se reserva al futuro
una vela encendida ocupa la espera.
En el claroscuro de la vigilia
que todavía es un fantasma,
como alumbrado por la memoria
el nacimiento
de tu nombre en mis manos,
es tu signo
luz que parpadea, punzón
que agranda la herida sobre la vela.
Así renacen
las manos mías,
con tu prisma
que las consume.
Beatriz Osornio Morales, imagen de la red
Poema contenido en el poemario, Las Ciudades de Adán y Eva.
En el penetrante momento de estar aquí
situada frente a todo,
frente un mar lejano que devora
en vuelcos de microbús atestado,
pirotecnias sin la garantía del sueño.
Otro año, todo o nada…lo que fue, y no es,
o ha sido, sin saber de sí.
La verdad es que sé demasiado
sin saber.
Estoy rodeada de escombros
que destila el descarapelado espejo.
La ventana se quedó sin marco,
pronto va a derrumbarse también
en el despeñadero abismal de la memoria.
Eres muy pequeña para la voluptuosidad,
demasiado grande para el deseo,
tan pequeña que no cabes en la ventana,
tan grande como un minuto.
Pero quién soy yo para juzgar
con grandes zancadas en el agua,
aspavientos de piedra lanzada al aire
al epicentro de la penetración.
Puedo decir con seguridad que esta casa
ha sido penetrada por la luz, por la humanidad,
por las sombras mencionadas hasta el cansancio,
por un trago amargo y un dedo de miel,
donde solo el deseo sacia el deseo.
En el beso, una pluma. En tu pecho mis labios.
Otro salto mortal desde el ala de un pájaro.
El ruido de los cohetes se evapora en la distancia,
sin embargo, ¿Cómo se dice esto?
querer cerrar los ojos ante todo, ante ti, jamás.
Beatriz Osornio Morales. Imagen de pinterest.
Largo…el día…
me carcome el orificio de la piel.
Sabe a nada y sabe a sueños.
Quisiera que te acordaras
de la estupefacción remota al olvidar,
que a los días les crecen los extremos,
como a las salamandras una pata
que ya nunca recuerdan.
A final de cuentas, el día
nunca deja de ser un desconocido,
reconociéndose a diario
en el vaivén de las palabras,
un rancio lirismo involuntario
en la piel.
El tiempo es un agujero negro
por donde se escapa el universo,
pero a veces, vuelve la certeza
de vivir una vez más, para siempre.
Hoy vi una hoja que se iba
del árbol al vacío,
y ya no era solo hoja,
sino un dorado abismo…
¿Sería la luz,
o la mano gentil del viento
que acunó su alma?
La observe, alma multiplicada
hable con ella....
me despedí.
¡Adiós hoja! ¿Volveras?
espero reconocerte
en el árbol .
Beatriz Osornio Morales, imagen de la red.