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Estoy pensando

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«La enfermedad viene de lejos» J. Sabines

Estoy pensando mucho rato, estoy demasiado, pienso…

Pensar los días uno tras otro, así se te acabará la vida, sin vivir, puro pensar. Consumiéndose poco a poco, como una colilla de cigarrillo encendido, pensar, aventarla al piso, lo más lejos posible, pienso. O recogerla y fumar,  así se acaban los días en puro pensar. Pensaba.

El profesor de inglés es nuevo, su asistente alemana de sonrisa clara, un salón de clase frío, los chicos haciendo ruido, y yo, solo pienso lo que pienso, sin vivir la vida.

Estoy pensando mucho rato, estoy, estaba.

B. O.M imagen de la red.

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Con Hemingway

Estuve a punto de detonar la muralla del silencio, luego, la duda.

Leyendo a Hemingway dan ganas de escribir distinto, un poco sobre la línea, desde arriba, desde afuera, hacia allá, o hacia acá, con un estilo hiperrealista, pero, (sin quejas) hay tan poco aquí. He estado mucho tiempo en este lugar,  lo que hay parece poco, las cosas están siempre calladas, mudas. Lo que yo pueda decir de mi banco frente al espejo, de pronto carece de importancia, es irrelevante, necesita una trama, ser parte de ella. 

Ojalá ocurriera algo qué contar para levantar este escenario desde dentro. Quizá lo que necesito en este momento es imaginar, imaginar que las cosas (mis cosas) tienen algo que decir, y que yo tengo la disposición de escuchar y escribir, practicar la descripción realista, como Hemingway.

Mejor aún, hay que salir con todo y sin titubeos (son muy feos), asomarse a la puerta, sentir el fresco de la noche en la cara; todavía iluminan las luces encendidas de navidad. El año ya pasó. Es año nuevo, y el corazón late con una extraña anticipación distinta a la de cada año.

Vencida la duda, el silencio se derriba en estallido de cristal. Al caer, las luces van reflejando los instantes de un nuevo sonido, las risas y  el chocar de los vasos en el brindis.

Brindis - Banco de fotos e imágenes de stock - iStock

B.O.M, imagen de la red

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Al final

A mis queridos lectores

En el penetrante momento de estar aquí
situada frente a todo,
frente un mar lejano que devora 
en  vuelcos  de microbús atestado,
pirotecnias sin la garantía del sueño.

Otro año, todo o nada…lo que fue, y no es,
o ha sido, sin saber de sí.

La verdad es que sé demasiado
sin saber.

Estoy rodeada de escombros
que destila el descarapelado espejo.

La ventana se quedó sin marco,
pronto va a derrumbarse también
en el despeñadero abismal de la memoria.

Eres muy pequeña para la voluptuosidad,
demasiado grande para el deseo,
tan pequeña que no cabes en la ventana,
tan grande como un minuto.

Pero quién soy yo para juzgar
con  grandes zancadas en el agua,
aspavientos de piedra lanzada al aire
al epicentro de la penetración.

Puedo decir con seguridad que esta casa
ha sido penetrada por la luz, por la humanidad,
por las sombras mencionadas hasta el cansancio, 
por un trago amargo y un dedo de miel, 
donde solo el deseo sacia el deseo.

En el beso, una pluma. En tu pecho mis labios.
Otro salto mortal desde el ala de un pájaro.
El ruido de los cohetes se evapora en la distancia,
sin embargo, ¿Cómo se dice esto?
querer cerrar los ojos ante todo, ante ti, jamás.



Beatriz Osornio Morales. Imagen de pinterest.
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Desde el naufragio 1

Ya perdí la cuenta de los días y noches de naufragio que he pasado en esta balsa, navegando el mar con la mirada al cielo. Para no caer en completo desaliento, me digo que son seis días y cinco noches de firmamento estrellado, sin memoria. Voy solo, hablando a ratos para reanimar las palabras que parecen ir muriendo al hacerse innecesarias. Callado lo más de la travesía, pero callado sólo por la lengua; en el interior del hombre áspero de barba crecida en el que me he convertido, con la piel quemada por el sol y el reflejo de las aguas atroces, que salpican de sal la marea en mi pelo, en el interior de ese ser cada vez más extraño, miles de conversaciones suceden; algunas conversaciones pertenecen a tiempos distantes entre sí, pero dentro de mi mente, los diálogos se van erigiendo como sistemas de vialidad urbana, cruces elevadizos, y anillos de vías emergentes, extendiendo sus dimensiones al placer silábico de las palabras hasta que nos vence la fatiga.

Las olas chocan contra mi barca perdida, y yo les aprendo ese lenguaje de energía marítima. Aprendo del mar donde naufrago. Con el tiempo, las olas y yo hablamos un solo dialecto, ya sobre la proa, junto a la Gorgona del viento que sopla su sueño polar de mejillas regordetas, ya sobre el timón imaginario, roto y reemplazado por un par de remos, entre los salvavidas de viajeros ahogados que el mar siempre recuerda. Hablamos largas conversaciones el mar y yo.

Cuando hablamos el mar y el yo que olvidó su dialecto, el extravío y la soledad ya no asustan.

B.O.M. imagen de la red

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Instinto fugaz

  El cerebro humano es tan rápido en su funcionamiento, que la formulación de reacciones aparenta ser fugaz instinto,  conforme surgen los versos, su elasticidad dual acaba en narrativa. Este post por ejemplo, era el final de unos versos que tenían que ver con la memoria, venir a ver en lo que acaba el final de un principio.

        Uno mismo no se da cuenta muchas veces de cómo pasa la mente de un pensamiento a otro, el asunto es que no entendemos cada función del mismo: Puede uno estar moviendo la mano sin pensar que lo está haciendo, o estar parpadeando, el corazón latiendo sin que uno sea consciente. 

     No se necesita la conciencia para respirar, gesticular o hacer uso del cuerpo, el cerebro, una parte oscura se encarga de ello ¿No es para sentirse traicionado o indefenso ante un desconocido? Tal es la naturaleza. Nunca lo viví más claro que durante los embarazos, todo ocurre silenciosamente en el cuerpo de la mujer, sin embargo, es allí donde se experimenta un algo, alguien debe estar a cargo de lo que sucede, se experimenta una presencia como recompensa a la soledad en la que nacen los hombres.

Beatriz Osornio Morales, imagen de la red.

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Cuerpo de sombras

Había sombras y luz; 
suficiente luz para exponer el cuerpo, el mundo entero,
y suficiente sombra para no reconocerlo.

Tiene el muslo considerablemente
cubierto de lodo aún,  húmedo, el pelo turbio le cubre el rostro.

A pesar de las sombras se aprecian partículas de suelo,
como las que imaginó una vez el joven profesor de inglés, 
en el corazón de las tinieblas.

La luz va encogiendo los minutos, el tiempo, 
es un imposible que recuerda con toda la inteligencia humana.

Las manos, irreconocibles por el musgo
abren otro camino en el laberinto oculto,
no saben lo que son, lo que es esto, la sombra
y escarban con las uñas hasta sangrar el vacío.

Y la voz..
¿Qué tipo de voz habremos de poner a las sombras? 
¿Y  a la luz que se camuflajea de colores?

Es mejor callarse, dejar que las mendigas sombras
se desgañiten en saltos tras el semáforo rojo,
o que el óxido de la luz hable de 
cómo la oscuridad  echa a perder el mundo.
Baste saber que el cuerpo sigue aquí,
en la mañana, arropado por estas manos sucias.



Beatriz Osornio Morales, imagen de la red.
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Tierra firme

Lacan y los surrealistas III. Segundo manifiesto de los surrealistas  (1930). – En el margen.

Algo asustó al perro allá atrás en el patio. Salió a hacer sus necesidades, y como siempre busca montoncitos de hojas, o matorrales de pastos algo crecidos, se internó en un océano de hojas secas que le llegaba hasta la panza. La nubecita blanca flotaba dando vueltas en busca del lugar adecuado, según los parámetros caninos. Una visión asombrosa  ver que los perros tienen estándares del punto exacto donde realizar ese tipo de cosas, y la luz de la mañana puliendo aún las formas también me asombra. 

De pronto, ví que la determinación del can se vio afectada por un traspié. Intentando reafirmarse, volvió a perder el paso, como si algo le hubiera picado, con movimientos rápidos para no ahogarse,  se levantó del balanceo y corrió hacia la terraza, desde donde yo lo observaba con mi taza de café en mano. Quería decirme algo con la mirada de preocupación, algo que evidentemente lo asustó, según entendí.

Por un buen rato, insistí en que regresara a terminar lo que aún ni empezaba, pero se rehusó. ¿Acaso lo mandaba a enfrentar una serpiente? Terminé dándome por vencida (ya se me había enfriado mucho los pies que calzaba solamente en chanclas) sin saber lo que se encuentra en las profundidades del océano. Aquí está el perro, echado junto a mí, su pilar de protección en tierra firme.

B.O.M. imagen de la red.

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Catársis

Maneras de mirarse en el espejo — Ino Experience Art


La gente no hablaba con ella. Era raro que al verla en la calle le dirigieran siquiera la palabra. Cuando lo hacían, hablaban como se hace con alguien que está perdiendo la cabeza. “¿Estoy realmente perdiendo la cabeza?” queda siempre la duda.

Con los pasos de la gente se alejan sus miradas al anochecer. A ella, una sola pregunta la acompaña por callejones y negocios con cortinas todavía abiertas: ¿A dónde van a parar esos ríos nocturnos?

Dos niños patean una lata de refresco vacía, vigilados por una anciana sentada en un banco a la entrada del número 167 de la calle Mújica. Cuando los niños ven venir a la mujer, asustados por su cara deforme, abandonan el juego en los adoquines y corren en direcciones opuestas. Toño, el más pequeño, corre junto a su abuela. El Fer corre al tanteo “La cuestión es hacerse a un lado”

Estela busca en la cara de la anciana nonagenaria, una señal amistosa “Tampoco ella va a hablar” es inútil.

Se marcha por el mismo callejón de siempre, caminando esta vez entre derrumbes de un terremoto. Tiene suerte de estar viva. El campanario de la iglesia casi le cae encima, pero a las primeras sacudidas de tierra, se levantó y corrió. Lo que no pudo salvar fue la manta negra donde se sentaba a pedir limosna.

Los gatos habían desaparecido del cuartito durante el día. Al entrar y no encontrarlos, Anabel pensó lo peor. Al oscurecer regresaron las dos gatas siamesas que la gente confunde por ser blancas. No paso mucho tiempo para que el gato cenizo también la observara sintiéndose sola. Estela se alegró de verlos, y les sirvió leche en un tazón. Los gatos lamieron hasta la última gota de leche.

“Ven, vengan aquí, vamos a platicar un ratito; cuéntame –dirigiéndose al gato cenizo que apuró a sentársele en las piernas- ¿Allá donde andabas no te dieron leche? “No” “No existe” “Pobre cenizo” “Y dime, ¿conociste muchas gatas?” “Lo sé, el temblor sacudió muchas relaciones, cimbró esperas, derribó conversaciones…¡sh!” “Sí, sí, lo sé, otra vez el martilleo” “ no es fácil adaptarse a las restauraciones, son nuevas presencias, sobre todo para los gatos” “sh,sh,sh” “Soy tan feliz de poder hablar con ustedes”

De pronto, el pelambre del gato cenizo se eriza de manera inexplicable, el arco de su columna se levanta, como si la desconociera. “Debe haber escuchado algo más” “¿Qué es cariño?”

La mujer trata de apaciguarlo pasando su mano de forma delicada, de la cabeza al cuello, pero en lugar de tranquilizarse el animal reacciona agresivo. Ella siente la mano pesada, desea alejarla del gato enfurecido, es imposible, tal parece que la mano crece, crece en tamaño y peso, ya está del tamaño del resto de su cuerpo. La enorme mano trasiega buscando algo, busca el gato, busca las piernas, el piso. No encuentra nada.

Anabel tantea en la cama el lado de su marido, entre sueños pasa la mano por la almohada, al sentir el espacio vacío se pregunta qué horas serán. Al abrir los ojos, ve que ya está amanecido. Se levanta con torpeza. En el lavabo se salpica la cara con agua fría, mira un instante al espejo, entonces todo vuelve a suceder como en una película, los detalles se van recapitulando uno a uno, pero ¿Quién jodidos es Estela?. Anabel siente otra vez la pesadez en las manos.

Sabe lo que está a punto de suceder. Retira la vista del espejo.

Alguien llama a la puerta. Es la camarera que trae notificación de la hora de entrega de habitaciones. Hasta entonces, Anabel no recordaba que había pasado la noche en un cuarto de hotel. Después de que su marido la abandonó, se dijo a sí misma “Si tú me abandonas, yo también te abandono”. Ahora sabe que se encuentra a salvo.

Beatriz Osornio M. Imagen de la red

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La memoria en el cosmos 1

New study sheds light on memory formation

El ser humano posee una memoria cósmica. El día a día que se recuerda es la memoria inmediata, consciente; sin embargo, en alguna parte de su inconsciente, está la memoria del hombre en el Cosmos, en su contacto con las cosas, el advenimiento de mundos familiares.

La humanidad recorre los recuerdos en busca de una memoria primera, pero ésta sólo se revela cuando perdemos la conciencia del recuerdo.

A partir de allí, con esto. proponemos abrir puertas a esos espacios sin recuerdo, con la finalidad de crear una relación más afín entre lector y el universo creado.

Beatriz Osornio Morales. Imagen de la red