Por estas fechas me visita el miedo del agua. Llueve y la tormenta parece redimir la realidad de toda solidez, la convierte en sustancia, agua quieta. ¿Quieta el agua? Uno puede sentarse en el café y pedir una taza de realidad, mientras el olor se expande por los corredores hasta los transeúntes que andan presurosos por las aceras. Tomo un sorbo de realidad para soñar. ¿Sucede algo señora? La liquidez se apodera de todo. En éste estado incontenible, los pensamientos salen escurridizos, escapan de sus corolas y se van goteando de tienda en tienda. Una muerte de agua clara no debe ser muerte, debe ser agua. No se llora por el agua. Yo lloraría por un niño ahogado en agua negra. Lo arrastró la transparencia del oxígeno, con sus partículas hidrogenadas quemó su respiración, dejándolo de ser, a no ser más que un fluido en suelos de arcilla. No lloré entonces. ¿Lloraría ahora? quizá sí, quizás no.
Hay un lugar en que edificios enteros son derribados por el fluir de las montañas. Creció la lluvia. La mayoría de casas no se oponen a la disolución. Pero hay edificios que persisten semisólidos como si no pudieran despertar del sueño. Las gentes están adentro, atrapadas.
Cuando era niña, las noches de lluvia eran noches de zozobra, sabiendo que en caso de un desbordamiento nuestra casa sería la primera en deslavarse, por ser la más inmediata a la vejiga del bordo. Allá vendrían las torrentes imparables de los cerros arrastrando peces de escamas y peces de piedra, paredes, techos, ventanas, carreteras vendrían a llevarse los contenedores del agua, sin dar tiempo a dormir, se llevaría los soportes de la presa, luego la casa en vela. Uno alerta para trepar al árbol más alto, calculando el grosor de los troncos y pensando que, quizá ni el árbol más gordo resistiría la fuerza del agua, cuando ésta se despierta ¿quién pude contra ella?
El miedo del agua hace recordar otros miedos.
El sol sale, los restos de lluvia se evaporan del asfalto con una nueva vida. Noto los edificios incompletos y la figura de una niña; sale de la esquina de enfrente, corre a cruzar la calle sin considerar el peligro, segura de que alguien la espera en el otro lado.
¿Desea ordenar algo más? -Té para dos por favor, respondo. Enseguida señora.
Beatriz Osornio Morales
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