La noche recién llegaba y el cielo era un lienzo marino con luminiscencias estelares.
Después del concierto de pirecuas y danzas regionales de Michoacán, recogimos a mi madre en su trabajo. En el aire se corría una brisa primaveral. El parque cercano al hospital parecía más tupido bajo las penumbras de la noche que a la luz del día.
Antes de subirnos al auto, Flor admiraba con curiosidad como yo acariciaba las mejillas de mi madre, y pretendía dibujarle el rostro mientras la llamaba “Elvis” como el rocanrolero. Mi madre está acostumbrada.
-Es mi madre ¿No?- bromee advirtiendo la sonrisa de Flor bajo la luz ámbar de los faroles encendidos. Quizá piensa que soy un niño mimado.
En el carro Flor se esforzó por mantener una conversación amena con Elvis. Me pareció buena excusa que yo hacía poco había sacado mi licencia de manejo, y requería de concentración en la carretera, para dejar que ellas empezaran a conocerse mejor.
Al llegar a casa, Elvis le ofreció una taza de té, ritual de cortesía en su persona, aunque con Flor mi madre siempre ha demostrado más que cortesía. No es que se hayan visto muchas veces y sean buenas conocidas, por el contrario, pero le he hablado a mi madre de Flor, eso influye, como en los casos en que de tanto que te hablan de una persona le vas tomando cariño. A veces pienso que mi madre siente pena o empatía por Flor. Yo no soy muy bueno en mantener relaciones amorosas por largo tiempo, no sé porqué casi siempre termino hiriendo a alguien, dicen que es mi falta de atención y consistencia, yo lo atribuiría más a lo segundo. Atención y cariño doy a manos llenas y Flor no me dejará mentir, consistencia es lo que me falta, simplemente la vida es tan vasta que entre grabar y vivir… Muchas relaciones se desgastan y cuando eso pasa, no hay más que hacer. Sin embargo, creo que con Flor es distinto.
Luego del té subimos al estudio. –Después de ti- dije, y la seguí por la escalera de madera. Observando su figura pequeña y sus piernas bien definidas bajo la falda corta, sin mencionar una palabra, me sentí contento. En el estudio le enseñe los grabados más recientes y algunas pinturas que he hecho por encargo. Entre juego y juego, nos calentamos. Le di a escoger un grabado sin enmarcar, más bien aclare que el de las manos era el que había pensado regalarle (-como siempre has dicho que te gustan las manos) El gesto inesperado la tomó por sorpresa, se quedo sin palabras, sólo me miró con sus ojos grandes café claro, como si quisiera decir algo que nunca antes había dicho, me miró hondo, y yo no pude resistir esa mirada… La bese, la bese de mil formas. Luego le vendé los ojos con mi bufanda hippie. Acaricié sus manos mientras jalaba su cuerpo haciéndolo girar con una gracia exquisita. Le abrace la cintura por la espalda. Al
principio había resistencia y nerviosismo de su parte, pero poco a poco fue desapareciendo. La gire nuevamente, nos besamos en su ceguera, nos deshicimos en su entrega nunca antes total, nos re hicimos en sudor indeleble contra la pared. Podría haberla comido. Fue una noche sin tregua que inventamos con nuestros cuerpos húmedos, esa noche quedó grabada como una veta más en la madera que viste el estudio.
Unos ruidos subiendo la escalera nos hicieron saltar a la realidad: ¿Preparo café? gritó Elvis sin llegar al estudio. –¡Elvis y su cortesía!- Murmuré. –No, ¡gracias Elvis! respondí sin alejar mi cara de la suya. Por suerte, Elvis no se asomo, creo que lo hizo por precaución de no encontrarse en una situación incómoda y bochornosa.
Cuando salimos a la terraza la noche estaba estrellada. Le abrace por detrás (su abrazo favorito) y no sé porqué me invadió una nostalgia del pasado. Ella estaba callada y simplemente escuchaba. “Cuando yo era niño, mis padres solían organizar fiestas familiares a las que invitaban amigos. Tomaban mezcal y tocaban música tradicional en un viejo toca discos, música como la de Bola Suriana. A veces bailaban y a mí me gustaba mucho verlos bailar porque eran felices” Ella no dijo nada, sólo me apretó las manos con la empatía de quien sabe que las nostalgias del pasado, solo se comparten con aquellos seres más cercanos a nuestra alma. Luego de un silencio prolongado, dijo que debía marcharse, era tarde.
Entramos al estudio y recordé que el fin de semana anterior había sido Domingo de Ramos, le había traído una ollita de cerámica verde de Uruapan. Siempre me gustaron las vasijas y artesanías que hacen en esa región, con relieves como si estuviesen hechas de cactus. Cuando la vi pensé en Flor y la compré. “Tengo algo más para ti, mira” me beso con un extraño desgano, quizá cansancio. –Retomando lo de las manos- dijo -son tus manos las que me gustan…no me gustan, me enloquecen y odio marcharme, pero ya es hora”
En la sala estaba mi padre, ella saludó, él contesto secamente y con una expresión de insolencia, era evidente que había estado tomando. Lo que pensé. “¿Y qué estuvieron haciendo arriba?” preguntó en tono agrio. A pesar de mi vergüenza no conteste. Con el nerviosismo Flor dejo caer la tapa de la ollita al piso, por suerte solo sufrió despostilladuras. Recogimos la tapa y nos marchamos. De camino a su casa Flor no paro de disculparse por el incidente de la olla, mientras yo sólo quería repetir nuestra noche de perfección sin tregua.
B.O.M. Imagen de la red.
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...