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Época de silencio

En la época del silencio por la que todos pasamos, escribir también pasa, y puede que hasta se pierda en los días como en una avalancha de cenizas. Pero aquí adentro se puede inventar otro alfabeto para deletrear con movimientos, la figura de los ruidos, de las lágrimas, o el simple murmurar con el cuerpo de una literatura perenne. 

Con las manos abro la esperanza para que se derrumben las murallas del tedio, la figura de sus líneas alrededor de los dedos, es transparente como una película, muestra la piel interna, roja, encendida brasa. 

Los montes que construyo con el arco de mi cuerpo, con el giro de mi cuerpo, con el calor, con la luz de mi cuerpo, guardan una lectura de sol en llamas.

Y con la noche a mis espaldas, pesada como una laja compacta, como una lápida nocturna, trato de escribir, soplando un polvo que forma olas en la pared del fondo, trato fuertemente de encontrar una palabra que te defina o te descifre. No sé lo que eres pero me haces falta. Me sumerjo bajo la tumba nocturna a ver si pudiera despertarte de la indiferencia. Enrollo mi cuerpo sobre mí, lo deslizó por la alfombra como un baboso. Allí estás con tu destello de luciérnaga, pegado al poste de la cama, inmóvil, sostén. Pero estás hecho de silencios, de tiempos de otro tiempo, un tiempo que nadie puede pronunciar porque está lejos de todo, lejos de lo que eres, lejos de mí y de tí, estás muerto.

Beatriz Osornio Morales. Imagen de la red.

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Desechos

No voy a disculparme por la falta de una barredora de sueños. Hace como dos semanas que no pasa por aquí. Los restos de la noche se acumulan amontonados por allí en las esquinas de las calles, entre el olor a orina,  los sueños y las pesadillas, arrastrados por el viento del día, se van enredando a los desechos del ensueño y la lujuria, a las firmas de contratos,  a las llegadas tarde y  las nunca llegadas, pegándose a la mejilla hormigueante del beso. Ah! el beso… se ha quedado atorado en la manga del saco de un borracho. El tren a Ixtapaluca se acerca,  parece que viene a tiempo.

Beatriz Osornio Morales. Imagen de la red

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Catársis

Maneras de mirarse en el espejo — Ino Experience Art


La gente no hablaba con ella. Era raro que al verla en la calle le dirigieran siquiera la palabra. Cuando lo hacían, hablaban como se hace con alguien que está perdiendo la cabeza. “¿Estoy realmente perdiendo la cabeza?” queda siempre la duda.

Con los pasos de la gente se alejan sus miradas al anochecer. A ella, una sola pregunta la acompaña por callejones y negocios con cortinas todavía abiertas: ¿A dónde van a parar esos ríos nocturnos?

Dos niños patean una lata de refresco vacía, vigilados por una anciana sentada en un banco a la entrada del número 167 de la calle Mújica. Cuando los niños ven venir a la mujer, asustados por su cara deforme, abandonan el juego en los adoquines y corren en direcciones opuestas. Toño, el más pequeño, corre junto a su abuela. El Fer corre al tanteo “La cuestión es hacerse a un lado”

Estela busca en la cara de la anciana nonagenaria, una señal amistosa “Tampoco ella va a hablar” es inútil.

Se marcha por el mismo callejón de siempre, caminando esta vez entre derrumbes de un terremoto. Tiene suerte de estar viva. El campanario de la iglesia casi le cae encima, pero a las primeras sacudidas de tierra, se levantó y corrió. Lo que no pudo salvar fue la manta negra donde se sentaba a pedir limosna.

Los gatos habían desaparecido del cuartito durante el día. Al entrar y no encontrarlos, Anabel pensó lo peor. Al oscurecer regresaron las dos gatas siamesas que la gente confunde por ser blancas. No paso mucho tiempo para que el gato cenizo también la observara sintiéndose sola. Estela se alegró de verlos, y les sirvió leche en un tazón. Los gatos lamieron hasta la última gota de leche.

“Ven, vengan aquí, vamos a platicar un ratito; cuéntame –dirigiéndose al gato cenizo que apuró a sentársele en las piernas- ¿Allá donde andabas no te dieron leche? “No” “No existe” “Pobre cenizo” “Y dime, ¿conociste muchas gatas?” “Lo sé, el temblor sacudió muchas relaciones, cimbró esperas, derribó conversaciones…¡sh!” “Sí, sí, lo sé, otra vez el martilleo” “ no es fácil adaptarse a las restauraciones, son nuevas presencias, sobre todo para los gatos” “sh,sh,sh” “Soy tan feliz de poder hablar con ustedes”

De pronto, el pelambre del gato cenizo se eriza de manera inexplicable, el arco de su columna se levanta, como si la desconociera. “Debe haber escuchado algo más” “¿Qué es cariño?”

La mujer trata de apaciguarlo pasando su mano de forma delicada, de la cabeza al cuello, pero en lugar de tranquilizarse el animal reacciona agresivo. Ella siente la mano pesada, desea alejarla del gato enfurecido, es imposible, tal parece que la mano crece, crece en tamaño y peso, ya está del tamaño del resto de su cuerpo. La enorme mano trasiega buscando algo, busca el gato, busca las piernas, el piso. No encuentra nada.

Anabel tantea en la cama el lado de su marido, entre sueños pasa la mano por la almohada, al sentir el espacio vacío se pregunta qué horas serán. Al abrir los ojos, ve que ya está amanecido. Se levanta con torpeza. En el lavabo se salpica la cara con agua fría, mira un instante al espejo, entonces todo vuelve a suceder como en una película, los detalles se van recapitulando uno a uno, pero ¿Quién jodidos es Estela?. Anabel siente otra vez la pesadez en las manos.

Sabe lo que está a punto de suceder. Retira la vista del espejo.

Alguien llama a la puerta. Es la camarera que trae notificación de la hora de entrega de habitaciones. Hasta entonces, Anabel no recordaba que había pasado la noche en un cuarto de hotel. Después de que su marido la abandonó, se dijo a sí misma “Si tú me abandonas, yo también te abandono”. Ahora sabe que se encuentra a salvo.

Beatriz Osornio M. Imagen de la red

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Renoir

Slow and silent,
I come back to you
from a desert,
the fear of losing 
your voice in the sand.

You are lying down 
on a blanket.
A  blue dream covers 
your rest,
like a shivering cheek 
under a hat.

A liquid hand 
redeems Narcissus. 



B.O.M
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Letter to ANYBODY

The Sky's Limit: How China's Skyscraper Ban Spells the End for Supertall  Buildings | The World of Chinese

Winter of Three thousand one hundred and something.


Dear you,

l wish you could hear my story, but here, life does not come by. lt has been a long time since the last human being left. l am alone in this town.

Outside of this window, some trees have fallen. Coincidence is not part of the woods, they follow a cycle, like we do.

On the other side of the same window, old wooden furniture and houses across the street are full of termites and wildness.

In summer, the green color is oppressive, trees green everything, everywhere. But, if it wasn´t because of cycles, it would be hard to keep up with time and seasons.

Though, l do not go out, I like to see through this big glass eye. Once in a while, I see a cat into the woods. The cat wanders about its feline arch, something between hunger and some little mice scrolling around. And I believe, with my eyes I believe as if I could slide down on the back of the cat.

Time ago, in my head, someone ask me about skyscrapers, the missing cities. I gave more than an answer. «I believe», I said, «there is one in front of your house. Don´t you see the one with a red little light on top? Can you see the clouds and shadows on the glass? I do. If you try carefully you might find yourself climbing up, or following a line of vehicles and people. Life returns to itself, stepping into another you. That is the universe of light.»

I know it sounds like from a novel, or a science fiction theory, but it is not so.

We better close the blinds and say good bye to the cat. Oh, the cat has gone! and l have finished with words.

l hope some day, you, or anyone finds this letter and believe there was human life once on earth.

B.O.M. imagen de la red


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Mirando el reloj

Hay un gato en mi buró. 

Se la pasa

lamiendo los pelos y los bigotes

en el tiempo.

¿Lo habré imaginado?

Se tira de espaldas

y siento que tira el tiempo del reloj.

Su flexibilidad felina 

es escurridiza,

no puedo quitarle los ojos

de encima al tiempo.

Beatriz Osornio Morales, imagen de la red

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El pasamanos

El pasamanos 

Seco está esto de pasar las manos por el blanco de la hoja, para sostenerse y no caer de narices en el siguiente escalón. ¿Recuerdas cuando te caíste?

Te habían dejado a mi cargo la vida y los supervisores. Aún los veo instruyéndome: Asegúrate que se agarre bien del pasamanos ¿Qué difícil puede ser eso?

Te agarraste al principio y yo me confíe. Me di la vuelta para ver donde ponía yo el paso, esperando que te mantuvieras agarrado firmemente del pasamanos, pero casi enseguida, oí el traspíe. 

Era el segundo escalón cuando oí lo que sucedió, apenas tuve tiempo de voltear y no alcance a agarrarte. Te alcance ya en el piso, claro que lo primero que quise hacer fue levantarte, tú eres testigo, pero eras pesadito; no tanto como la caída que acelera la velocidad con el peso, y en bajada el peso es más pesado. Sentí que te agarraba y no podía sostenerte, evidentemente tu peso era mayor a ti y a mí juntos.

Luego vi el rostro, tu rostro alcanzar el piso, y tus lentes de armazón rojo desarreglados, más tarde nos dimos cuenta que se habían raspado un poco, pero los lentes son lo de menos. Ahora entiendo la caída cuando es definitiva.

B.O.M. Imagen de la red

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Sin tregua

Animales mágicos – Grabados – Uli Martínez

La noche recién llegaba y el cielo era un lienzo marino con luminiscencias estelares.

Después del concierto de pirecuas y danzas regionales de Michoacán, recogimos a mi madre en su trabajo. En el aire se corría una brisa primaveral. El parque cercano al hospital parecía más tupido bajo las penumbras de la noche que a la luz del día.

Antes de subirnos al auto, Flor admiraba con curiosidad como yo acariciaba las mejillas de mi madre, y pretendía dibujarle el rostro mientras la llamaba “Elvis” como el rocanrolero. Mi madre está acostumbrada.

-Es mi madre ¿No?- bromee advirtiendo la sonrisa de Flor bajo la luz ámbar de los faroles encendidos. Quizá piensa que soy un niño mimado.

En el carro Flor se esforzó por mantener una conversación amena con Elvis. Me pareció buena excusa que yo hacía poco había sacado mi licencia de manejo, y requería de concentración en la carretera, para dejar que ellas empezaran a conocerse mejor.

Al llegar a casa, Elvis le ofreció una taza de té, ritual de cortesía en su persona, aunque con Flor mi madre siempre ha demostrado más que cortesía. No es que se hayan visto muchas veces y sean buenas conocidas, por el contrario, pero le he hablado a mi madre de Flor, eso influye, como en los casos en que de tanto que te hablan de una persona le vas tomando cariño. A veces pienso que mi madre siente pena o empatía por Flor. Yo no soy muy bueno en mantener relaciones amorosas por largo tiempo, no sé porqué casi siempre termino hiriendo a alguien, dicen que es mi falta de atención y consistencia, yo lo atribuiría más a lo segundo. Atención y cariño doy a manos llenas y Flor no me dejará mentir, consistencia es lo que me falta, simplemente la vida es tan vasta que entre grabar y vivir… Muchas relaciones se desgastan y cuando eso pasa, no hay más que hacer. Sin embargo, creo que con Flor es distinto.

Luego del té subimos al estudio. –Después de ti- dije, y la seguí por la escalera de madera. Observando su figura pequeña y sus piernas bien definidas bajo la falda corta, sin mencionar una palabra, me sentí contento. En el estudio le enseñe los grabados más recientes y algunas pinturas que he hecho por encargo. Entre juego y juego, nos calentamos. Le di a escoger un grabado sin enmarcar, más bien aclare que el de las manos era el que había pensado regalarle (-como siempre has dicho que te gustan las manos) El gesto inesperado la tomó por sorpresa, se quedo sin palabras, sólo me miró con sus ojos grandes café claro, como si quisiera decir algo que nunca antes había dicho, me miró hondo, y yo no pude resistir esa mirada… La bese, la bese de mil formas. Luego le vendé los ojos con mi bufanda hippie. Acaricié sus manos mientras jalaba su cuerpo haciéndolo girar con una gracia exquisita. Le abrace la cintura por la espalda. Al

principio había resistencia y nerviosismo de su parte, pero poco a poco fue desapareciendo. La gire nuevamente, nos besamos en su ceguera, nos deshicimos en su entrega nunca antes total, nos re hicimos en sudor indeleble contra la pared. Podría haberla comido. Fue una noche sin tregua que inventamos con nuestros cuerpos húmedos, esa noche quedó grabada como una veta más en la madera que viste el estudio.

Unos ruidos subiendo la escalera nos hicieron saltar a la realidad: ¿Preparo café? gritó Elvis sin llegar al estudio. –¡Elvis y su cortesía!- Murmuré. –No, ¡gracias Elvis! respondí sin alejar mi cara de la suya. Por suerte, Elvis no se asomo, creo que lo hizo por precaución de no encontrarse en una situación incómoda y bochornosa.

Cuando salimos a la terraza la noche estaba estrellada. Le abrace por detrás (su abrazo favorito) y no sé porqué me invadió una nostalgia del pasado. Ella estaba callada y simplemente escuchaba. “Cuando yo era niño, mis padres solían organizar fiestas familiares a las que invitaban amigos. Tomaban mezcal y tocaban música tradicional en un viejo toca discos, música como la de Bola Suriana. A veces bailaban y a mí me gustaba mucho verlos bailar porque eran felices” Ella no dijo nada, sólo me apretó las manos con la empatía de quien sabe que las nostalgias del pasado, solo se comparten con aquellos seres más cercanos a nuestra alma. Luego de un silencio prolongado, dijo que debía marcharse, era tarde.

Entramos al estudio y recordé que el fin de semana anterior había sido Domingo de Ramos, le había traído una ollita de cerámica verde de Uruapan. Siempre me gustaron las vasijas y artesanías que hacen en esa región, con relieves como si estuviesen hechas de cactus. Cuando la vi pensé en Flor y la compré. “Tengo algo más para ti, mira” me beso con un extraño desgano, quizá cansancio. –Retomando lo de las manos- dijo -son tus manos las que me gustan…no me gustan, me enloquecen y odio marcharme, pero ya es hora”

En la sala estaba mi padre, ella saludó, él contesto secamente y con una expresión de insolencia, era evidente que había estado tomando. Lo que pensé. “¿Y qué estuvieron haciendo arriba?” preguntó en tono agrio. A pesar de mi vergüenza no conteste. Con el nerviosismo Flor dejo caer la tapa de la ollita al piso, por suerte solo sufrió despostilladuras. Recogimos la tapa y nos marchamos. De camino a su casa Flor no paro de disculparse por el incidente de la olla, mientras yo sólo quería repetir nuestra noche de perfección sin tregua.

B.O.M. Imagen de la red.

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Festividad en marzo

…Y está este centro, que podría bien ser una orilla del recuerdo, o de la constante ausencia con cara de abandono que rehuye los espejos.

Le han colgado adornos del Día de San Patricio. Ahora luce festivo, así que parece imposible imaginar que no sea éste el centro, el centro de todo, el centro del día en su defecto.

Un día con destellos y escarchas verdes en distintos tonos, leí algo que señalaba hacia el poniente. Me sorprendió ver las moscas atrapadas entre la cortina y el cristal de la ventana: el esfuerzo que tomará limpiar la porquería, para poder ver el crepúsculo que avanza en el poniente.

Con todo y la porquería, y el vacío que deja el abandono, éste es un buen lugar, flota en el aire como un puente colgante en la temporalidad.

Los monitores lucen tan brillantes como cuando estábamos en el otro edificio, ahora está en remodelación y parece una ciudad en ruinas, pero pronto, unos sólidos edificios se  erigirán de la demolición.

Por primera vez en mucho tiempo, marzo no es el mes más triste del recuerdo.

B.O.M.