
Un día no es como otro día… hay que quitarse los lentes, o ponerlos para ver, depende del día anterior.
Tras estos lentes, el filo de las formas desaparece, se difumina en niebla personal, una neblina que sólo tú puedes ver. -¡Pero qué dices, hombre!- la neblina es lo contrario de una visión, y con la edad las cosas toman o pierden, mejor dicho, pierden enfoque en un estremecimiento producido por sabe dios qué decrepitud, un fenómeno que se empieza a sospechar pasados los cuarenta, el mismo fenómeno que afloja las carnes irremediablemente.
Un día no es igual a otro, ¿viste?
Desde donde estás todos los días parecen igual, pero si te fijas bien, si eres miope y te pones los lentes para remediarlo, te darás cuenta que cada día, el número de líneas simétricas varía de acuerdo a tus ojos, esos ojos que se ha de tragar la tierra con todo y sus días, sí, y nadie pone atención a unos ojos callados. Así que habla con los ojos y haz una obra maestra antes de quedarte verdaderamente ciego, irremediablemente ciego.
El secreto es, si eres ciego, tienes el oído para ver, las manos, la lengua para hacer ver, el olfato, el gusto, la piel, la entraña. La devastadora ceguera es cuando se apaga la luz en la cámara de tu mente, cuando se acaba la memoria y ya no encuentras las palabras, sería como pararse en medio de un desierto donde lo único que hay es arena caliente y nada, ya ni espuma, ni el recuerdo de la espuma, sin ello, la palabra espuma deja de tener un significado. Esa es la irremediable ceguera. Lo demás son borrones de la vida, metidas de pata de la genética, o qué sé yo. Pero hoy por hoy, aún puedes ver a pesar de la miopía.
B.O.M
Estimados, con este texto comienza la serie «ciertas horas del día» ¿Qué les parece?