Tengo una felicidad tan concurrida, que seguramente esta noche García Marquez se regocija en la tumba.
Mañana estamos de viaje nuevamente. La mitad de la travesía ha transcurrido, y hemos sobrevivido al ajetreo de la carretera.
Queda una última noche, una de tantas noches en que he escrito el adiós sin ponerle nombre.
Me gustó Kissimee, es un lugar cool cerca de Orlando a pesar del calor; volvería si estuviera a la vuelta de la esquina. Pero es tan remoto del noreste que me parece increíble estar aquí, y estar ebria de millas, a punto de partir más al sur, me produce un vértigo desbordado, casi clínico. Pero quizá solo se trate de los efectos de la distancia, esa rara enfermedad que nos ata a la pata de la cama, el único lugar seguro.
Ya sé que tú me recuerdas andariega, pata de perro, incansable de viajar, pero la distancia se ha convertido en mi criptonita, y hoy estoy sintiendo los efectos anticipadamente.
La felicidad es de acuerdo al antídoto, de estar más próximo el regreso. Nunca pensé que anhelaría regresar a casa, y que ese anhelo me produciría esta felicidad concurrida. Las sábanas parecen más blancas, las cortinas lucen perfectas en sus pliegues dorados, con pequeños bloques de color café claro. Hasta la alfombra oscura con detalles claros proyecta considerable limpieza. Quizá ni las paredes están impecables, ni las sábanas pulcras; la felicidad es cosa de ésta ebriedad, felicidad que se duplica en las palabras.
Lo que ves es lo que hay, lo que hay es lo que ves, dicen. El problema es la mentira que encierran esas palabras. Si fueras pinocho, tu nariz esta mañana tocarìa California, y mira que está lejos.
Hay un mapa en la pared, pero es solo una mancha vista desde el otro lado.
Tambièn hay una laptop en el escritorio, mi lunchera, un poster de Dr. Seaus que lee “Kid, you`ll move mountains” y el periódioco que acabo de poner allí nada más aventado, con las historias sin leer aún. No es mucho lo que veo, pero estoy yo también, no me veo a mí misma, alguien más tendría que verme aquí, sentada escribiendo con una pluma prestada, un sueter negro de tres cuartos de manga, el pantalón rosa coral y zapatos negros; eso es lo que ves tú, yo lo sé porque fue lo que escogí ponerme hoy, pero aquí y ahora solo tú me ves. ¿No es raro?
Y esa, es solo una pequeña parte de las mentiras que se ocultan en la frase de “lo que hay es lo que ves, lo que ves es lo que hay” y el truco de los ojos o la realidad escurridiza que no se compromete a ser corroborada. Te quiero también existe en el mismo cuadro, espero que lo veas.
Del otro lado de la pared te veo con mi oído. Hablas con alguien que no distingo, podría ser Rahe. Te distingo a ti, porque te vi hace rato en el área común, veo tu camisa salpicada de verdes y magenta, y tu pantalón verde petróleo. Oigo tu voz que se esconde en murmuraciones, me dice que estas hablando en voz baja, y veo esos ojos tuyos que abres más cuando hablas que cuando escuchas. Te miro con mis oìdos y te conjugo con un te quiero que se esconde en la necia invisibilidad.
De camino a este día, hubo otros días que lo hicieron lo que es; un día de voces altisonantes, copos de nieve y nubes grises. Hubo días inciertos donde nada salió según los planes, ni nosotros mismos fuimos la felicidad; y a pesar de todo, sobrevivimos con la fuerza necesaria para llegar a hoy.
Hubo días felices en los que mirar por la ventana era enamorarse del otoño, en los que manejar en la carretera era experimentar la perspectiva de la hojarasca. Rendimos la voluntad ante la belleza; son días innombrables por el color y el contorno agudo del viento, uno quiere quedarse así para siempre, un matiz más del otoño, porque aun no llega el invierno, ni la nostalgia por el verano. Se saben por default pero entre más se tarden, mejor.
Hubo días sonoros, de risas y música que aun me hacen bailar y sonreír en este día gris, altisonante. La tensión solo necesita la orden de fuego para desquiciarnos, o para lanzarnos con más fuerza al salto suicida del invierno. Si logramos cruzar al otro lado del invierno, habrá días que han hecho un trayecto, y este día sólo es un día más en el camino.
Aun las frases quebradas son indicación de que hay algo vivo aquí, donde todo estaba inerte, sumido en el silencio. Después de todo no fue imposible jugar a las palabras, hacerlas salir y entrar por una ventana mediocre, pequeña para el tamaño del edificio, por donde solo una esquina de techo y pared con la oscura fronda de las coníferas, entran en esta mañana nublada donde muchos sin saber, estamos instalados. Los alambres de la electricidad dividen el paisaje en cuentas horizontales que también se cruzan a medias con las palabras. Pero una lámpara apagada en el poste y otra incrustada en la pared del edificio, son los únicos elementos que entran completos en el marco del ojo. Afuera todo parece escueto, aquí adentro, la vida bulle de salón en salón, provocando mis nervios al punto de una emoción creativa cada minuto más irresistible; observar es siempre un buen estupefaciente contra la ebriedad del vacío interior, los cambios repentinos de planes, la fuerza de la corriente del sistema humano o el auto desconocimiento.
El salón de clases es un enjambre de voces cuando se suponía ser una tumba por el examen nacional de fin de semestre. Al parecer les jackearon el sistema computacional y los administrativos están apurados en repararlo. La maestra de Mate está explicando ecuaciones en otro salón. Su explicación se sale de tono y traspasa las paredes y puertas cerradas. No es para mí. Lo de enseñar a chicos malcriados. Yo monitoreo la paz de los pasillos, para lo cual mato el tiempo escribiendo frases interrumpidas, mirando de una lado a otro, busco sin buscar, o sin saber qué, de la ventana a los muros, las filas de lockers, la bandera a mitad del pasillo, frente al reloj que lee 8:36 am, el am lo imagine yo, el reloj solo tiene números y manecillas. La pared es blanca con mosaicos color crema en la parte inferior. Sobre la ventana, en la pared hay un cuadro amarillo como fondo de un paisaje marrón, donde un velero con vela izada cruza justo frente al horizonte; podría ser amanecer o bien podría ser atardecer, el sol es gigante en relación a los demás elementos del cuadro. Al lado derecho del cuadro en mayúsculas y en forma vertical, también en rojo, se despliega la palabra POQUOSON, el nombre de este distrito.
Sincerándome, es fácil matar el tiempo con palabras. Antes de que empezaran los exámenes, pasó por aquí el director de la escuela, y viendo que me había sido asignado monitorear, señalo que debería haber traído un libro, un libro atestado de palabras naturalmente, es la mejor arma contra cualquier posible ¿Mal tiempo? Le respondí que había olvidado mi libro. Como no quedaba ya tiempo de bajar a la biblioteca a pedir uno prestado, decidí hurgar, y hurgar los más hondos silencios, los cuales resultaron ser necios en mostrar mi debilidad para sacar algo de sus minas. Pero con algo de la determinación que solía poseer años atrás, logré juntar suficientes cuentas dialécticas, y extraer de mi polvoso estado mental estas frases sin pulir, quizá un día brillarían como piedras preciosas en una hermosa alhaja, quien sabe.
Por lo pronto, sé que ha sido embriagador sacar ventaja de un cambio desafortunado, escribir es mucho más estimulante que leer o asistir una clase donde la mayoría de estudiantes no quieren aprender, a esas alturas del año, Mayo 21 todos están hartos de cumplir con el requisito de asistir a la escuela día tras día. Estoy convencida nuevamente de que escribir es lo mío. Decidido y asentado.
Entre el horario de la mañana y la tarde, tenía media hora para comer y transportarme de la secundaria a la primaria, donde cubriría la segunda mitad del día. Estoy sentada en el carro frente a la escuela, espero y nuevamente la necesidad de matar el tiempo se agarra a las palabras. Leí lo que había escrito en la mañana, aunque podría haber tomado siesta, mi estado emocional está demasiado activo para dormir, que se friegue el cuerpo cansado, seguiré escarbando el paisaje y construyendo sobre silencios. Me encanta la música, ha comenzado a lloviznar y yo escribo apoyada en el volante.
B.O.M. Imagen de la red.
Nota: Quería publicar en este 14 de febrero. En un principio pensé en publicar cartas de amor de alguna celebridad literaria, Virginia Woolf por ejemplo, y buscando encontré unas apasionadas cartas de Leonard a ella, perfecto. A la mera hora me dio cosa, como que estaba inmiscuyéndome en un asunto privado, eso tienen las cartas personales.
Dicen que nadar es bonito. La verdad yo nunca aprendí a nadar, de hecho por poco ni me acerco al agua. Cuando era chica era más fácil mi relación con el elemento vital. Jugaba descalza en los charcos después de la lluvia con otros niños, aunque mientras llovía tupido con truenos y relámpagos, buscábamos guarida en cualquier techumbre o caverna si andábamos en el campo. En temporada de riego, disfrutábamos bañarnos en los canales y pozos que conectaban los canales de un lado de la calle a otro. Los pozos eran angostos y cubiertos de concreto para mantener limpia el agua, a los lados les habían colocado unas varillas dobladas que fungían de escalinatas al fondo, no sé con qué fin las habrían puesto allí, quizá por si algún día necesitaba alguien bajar a sacar algo, alguien. El agua bullía del fondo del pozo con fuerza, pero era una de clavadistas irresponsables jugando a bajar y subir empujados por la fuerza de la corriente. De recordar eso, me estremezco. Lo que cuesta crecer.
Es cierto, veo a los nadadores y admiro la facilidad aparente con que se deslizan en la transparencia informe, desafiando la gravedad, se ven ingrávidos, podrían salir flotando como globos inflados en cualquier momento si no fuera por la viscosidad del agua.
Sería una odisea recordar la última vez que asistí en un salón de clase en la preparatoria. La última vez que fue la última se ha olvidado.
Después de casi un mes asistiendo en la secundaria, estar aquí solo puede inspirarme querer huír de este salón sin ventanas. Dentro de sus cuatro paredes de concreto hay solo una puerta abierta (emocionalmente) bien podría estar cerrada, impenetrable.
De éste lado, el hipo de una chica ocupada y preocupada en organizar el primer ensayo de cuartos de semestre, se regenera con cada contorsión; uno se siente tentado a ofrecerle agua. El tema del ensayo persuasivo es tomar una posición convincente si piensas que la educación superior tendría que ser gratuita o no.
Esa escena no es poesía; poesía es Casper, nuestro bichón. Pero a veces hasta la poesía se olvida en el ensayo.
En una pausa interrumpida, la maestra aclara algunos puntos sobre la organización del ensayo que ha asignado a los estudiantes. Yo me entretengo en analizar cómo se escriben algunas palabras en inglés, palabras mundanas como «organization» con sólo una letra de diferencia en la versión español, Speech, esta sí es completamente ajena a la versión discurso, qué fascinante. Podría pasar horas haciendo esto. Una mente bilingüe funciona así. De aquí a la madre lengua. La madre lengua siempre es el punto de referencia también para recordar. Recuerdo los discursos de mamá y la organización de mis hermanas. Por cierto que mamá casi nunca hizo discursos, ella es pura acción, sus palabras son directas y contundentes. Todavía me dejan speechless.
En cuanto a la organization de mis carnalas, siempre me salí del guacal como decían las gentes de antaño.
Puesto que la odisea inicial terminó siendo otra, espero que esto les haga también a ustedes un hueco en su propio recuerdo.
El mar ha quedado lejos, no el mar de Málaga, ni el mar del Atlántico, el mar, aquel donde te hablaba como si anduviéramos en Paris.
A media hora de aquí hay otro mar, pero este mar es distinto; no inspira lo mismo. Al contemplarse la mirada se abisma en el gris del océano. En sus orillas hay multitudes de aves, nadie con quien hablar. Las olas chocan contra invisibles acantilados. No hay superficie rocosa ni palmeras a la vista.
Desde la casa, el mar se piensa más lejos de lo que en realidad está de estos estrechos de pantano, donde hay langostas y cangrejos salidos de lo hondo. En éste mar, al que se va por la carretera torcida de la península, el tiempo es lento; el tiempo dura el andar de las tortugas.
Quiero escribir amén. Casi le pego al carro. Amén. No amén. Dale reversa.
Ha sido un largo día en la autopista. Viajamos entre Fort Lauderdale y Palm Beach. Yo no conocía Palm Beach por eso decidimos agarrar el camino. La autopista me pone nerviosa, creo que es la velocidad, no importa quien maneje. Por si fuera poco, pasamos por Mar-a-lago. Vimos la residencia de Trump con una gran bandera americana ondeando en lo alto de su techo. Se cree patriota. Yo ya quiero escribir…
Por allí por Mar-a Lago no hay ni donde estacionarse, son residencias privadas; y vaya residencias lujosas. En la cochera tienen unos modelos de carros que si eres amante de los carros, te dejan con la boca abierta. Seguimos norte arriba por Ocean View, de repente L se da un jalón y de un tiro se estaciona en un lugar paralelo que estaba desocupado, too much confidence, pensé. Y sí que se confió demasiado, en el reacomodo, se pegó de más a la banqueta y le raspó el rin al carro, para sus pulgas. Trató de ocultar la irritación consigo mismo, pero le falló. Nos alejamos en busca de otro lugar donde estacionarnos. En una calle aledaña encontramos estacionamiento por una hora, durante la cual, bajamos a la playa y M se sambuye en el mar, él solo porque nadie más le siguió la corriente. El mar estaba algo escarpado, azul y blanco donde chocan las olas. El salvavidas tenía puesta la bandera amarilla que indica “precaución” No encontramos ni un lugar donde M se cambiara la ropa mojada, ni un baño que utilizar. Lástima de playa tan linda nos dijo un muchacho al que le preguntamos en la calle por un baño. Quiero escribir…
Regresamos algo decepcionados al resort. K dijo que nos invitaría la comida porque hoy le pagaron. Él y yo fuimos al Taco Bell más cercano que hallamos en el gps. Yo maneje esta vez. En el camino me iba elogiando porque manejo mejor que su papá, según él. Me emociona, claro. Lo malo es que pronto cambió de opinión. A la salida de Taco Bell el gps indicó darle a la derecha en un sentido contrario y yo seguí las instrucciones. Le atacó el pánico de pensar que un carro nos embestirá de frente. Ha sido un día largo, quiero escribir.