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Los podcasts y yo

imagen de Vangogh

Estimados lectores, en noviembre del año pasado experimenté con el temido audio de mi voz. Siempre he temido a escucharme a mí misma. Lo sé, es bastante pueril pero al escribir imaginaba tener distintas voces a mi voz real, que loco, no?

Y nada, tenía que enfrentarme a ese monstruo tarde o temprano. Entonces a petición de algunas personas, en especial ante la invitación de un amigo a participar leyendo en un programa de radio, me arme de valor e hice unos cuantos audios. Con una manita de gato, quedaron así. Les dejo el enlace para Anchor donde están colgados esperando algún oído dispuesto a sentarse 6 minutitos a escuchar cinco poemas. Hay otro audio sobre Restrospección que arme yo sola, y para aprender el arte del audio, lo hice podcast.

lhttps://anchor.fm/beatri/episodes/Cinco-poemas-de-Poetriz-em5n2a#_=_

espero les guste la aventura, obvio, me encantan sus comentarios.

Y sorry por el anuncio, ignórenlo. Pueden adelantarlo y pasar directamente a los poemas. Gracias.

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Un Recuerdo Informal de Medusa

Dejémonos de formalidades,  hablemos de un recuerdo, el recuerdo de cualquier día que te venga a la mente en este momento.

Yo recuerdo un día que viajábamos por Florida, de Fort Lauderdale a Key West, el más lejano punto al sur del país, al cual los nativos llaman la milla cero. Ya habíamos pasado por Miami hacía rato, pero no nos detuvimos a turistear en la famosa ciudad, sino que manejamos de largo: Entrando a la delgada franja de tierra que rodea el mar, el cielo seguía claro, por lo que el azul del mar alrededor de aquellas islas de tierra mar adentro, lucía un azul turquesa perfecto, ese que solo se encuentra en el Mar del Caribe. Ese era el paisaje que disfrutamos por largos tramos. A ratos solamente la carretera o el ancho de largos puentes entre islote e islote, entre cayo y cayo, era lo que nos sostenían, la sensación era la de ir desafiando las posibilidades de la gravedad, manejando sobre el agua en nuestro coche rojo. Todo alrededor era agua y la vista al frente, la perfecta imagen del concepto que se tiene de la perspectiva, utopía.

De pronto, de unas delgadas borrascas, que aparecieron de la nada, se empezaron a formar rápidamente nubes pesadas que parecían monstruos, me sorprendió tanto ese efecto de la transformación de las nubes que quise escribir el suceso. Busqué en mi bolsa algo para escribir, solo encontré un papel fragmentado y arrugado, en el que escribí algo así: “En los Cayos, cuando ves las nubes, la cabeza de un pájaro se convierte en medusa” las nubes crecen tan a prisa que en segundos son más grandes que los Cayos mismos. Palabras más, palabras menos.

Guarde el papel en la bolsa con descuido. Después de varios días recordé lo ocurrido y quise pasar lo que escribí en mi cuaderno que había dejado en el hotel, el cuaderno de la torre Eifel, pero no encontré el dichoso papelito por ninguna parte, tampoco recordaba las palabras exactas, solamente el suceso.

Hoy que ya casi olvidaba todo lo ocurrido entonces, encontré el papel entre la pasta dura del cuaderno y las primeras páginas, así que escribo y comparto para no olvidar nuevamente mi primer encuentro con medusa. Era un 20 de Junio de 2014.

 

Nube medusa | M Almassio (naomikean) | Flickr

 

 

B.O.M. Imagen de la red.

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Un Lugar Llamado Hogar

Morelia - Wikipedia

 

La nostalgia por el hogar es a veces una estancia exquisita. La casa de Malani es mucho más hermosa que la Tailandia que he visto en la televisión, o he leído en libros de turismo. Su Tailandia es una tierra prolifera, de sus lagos como grandes bocas, nacen abundancias inimaginables. En las calles, se mezclan toda clase de fragancias gratuitas con las ilusiones de los paseantes, contrastan los rojos con los amarillos y los negros con las pieles de color caramelo.

Ella dice que los manglares y los cocos crecen detrás de las casas, no importa que sea Bangcok, siempre hay un terrón de tierra para la multiplicación de los panes y los fideos. Su padre, un pescador alcohólico, la enseño a ella y su hermana a plantar jardines de vegetales en cualquier cuchilla de tierra, mientras él traía regalos del agua para todos.

Por la noche se desata la cocinería, el ir y venir en paseos nocturnos, apetecibles para grandes y chicos, sin escandalizarse por las parejas que se besan en plena calle como si estuvieran solos. En sus palabras de nostalgia, todos son Tailandia, el hogar del bien vivir. Hasta los huérfanos que pelean por un escalón del templo para pedir caridad, son felices con el estomago lleno.

Yo pienso en la ciudad de las montañas, en las casas de múltiples colores que están en su valle alto, la ciudad de piedra rosa, Morelia, con sus arcos gruesos y bien tallados, en contraste con los arcos de Querétaro y Zacatecas, sus edificios de no más de dos plantas de altura en el centro, de antigüedad perpetrada en los callejones del beso, y las fuentes de mujeres semidesnudas con canastos de fruta, pienso en ese idioma de piré cuás que suena gentil y de musicalidad natural, ojalá pudiera comprenderlo. Mi ventana se ilumina desde el oriente por la antorcha del sol. Malani me hace anhelar Tailandia y Morelia.

En otra ventana, el atardecer es un tren que silba sobre las plazas de los payasos, entre las copas de los árboles. A la luz del día bailan los chorros de las fuentes con el viento de cualquier estación. Los viejitos de Carácuaro se unen a en una danza de violines y máscaras rosas, cubiertas por un sombrero con listones de colores que acentúan los rayos del sol. Sus pies en sandalias suenan tan hondo que hacen renacer las voces de piedra, voces traídas desde las profundidades de la tierra. Lindos viejos los viejitos sonrientes con pelo de crin.

Es mucho lo que se puede apreciar con la nostalgia. Pero la palabra queda corta a la hora de escribir con la tinta que cae de un cielo raso, en un cuarto a ciegas.

 

 

 

Beatriz Osornio Morales. Crónicas de Autoexilio. Imagen de la red.

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Ala de Mosca

Animales: Moscas, mosquitos, abejas... ¿sabes de qué insectos son ...

 

Para ser honestos, tengo ganas de llorar. La realidad me sobrepasa como si fuera un rayo láser que atraviesa la aparente delicadeza de un ala de mosca. En los audífonos suena “Así fue” con Juan Gabriel. 

Estoy revisando facebook; las noticias de lo que está pasando en México no son amables. Y lo que se avecina, en la imaginación tiene más capas de sombra que de luz. Es como vivir el decreto de confinamiento por segunda vez. Acá vamos en la quinta semana ya, y aun no podemos salir más que para lo esencial. Hoy fui a Kroger a conseguir el saldo para los celulares, el mío y el de los chicos, podría hacerlo en línea pero aproveché para comprar víveres que hacían falta. A la entrada de la tienda marcaron unas x en el piso a sana distancia, allí se espera turno para entrar. No es como antes que llegabas sin detenerte por las puertas corredizas de cristal. Ahora no solo estan las puertas y las x, hay a la entrada uno o dos miembros del personal asesorando la circulación al interior de la tienda. 

Iba un poco de mal humor porque que antes de irme,  había estado confirmando mi solicitud para el departamento de desempleo. Después de responder preguntas de sí, y no, y leer el libro de responsabilidades y derechos, que siempre me suena más a advertencia que a otra cosa, me pasó a una página congelada sin confirmar la solicitud, ¿había sido terminada o no?  intente confirmar repetidas veces por la vía telefónica sin ningún éxito. Típico trato de la burocracia. Era inútil seguir insistiendo, así que me fuí a la tienda sin siquiera desayunar.

Mi llegada a la tienda coincidió con la de una señora que venía de la dirección opuesta. Había como cinco gentes adelante. Yo llegué antes que la señora a la siguiente x de la fila,  por un pelito de cinco gentes me gana, pero la fila estaba de mi lado, la señora me vio, y quizá sonrío desde atrás de su cubre bocas, como rogando que le dejara el lugar, yo lo habría hecho sin problemas,  pero iba de malas, a penas si la vi desde mi cubrebocas…lástima del acto de amabilidad que pude hacer y no hice. Si pudiera regresar el tiempo, le cedería mi lugar en la fila a cualquiera que lo necesitara. En fin, la mosca tendrá que crecer nuevas alas suponiendo que  eso sea posible, y quizá la realidad me sobrepase nuevamente, solo espero que no nos invada el egoísmo tras la pandemia. Tiene un sabor amargo.

 

Beatriz Osornio Morales. Imagen de la red.

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Hoy más que nunca

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¿Alguna vez te ha pasado que quieres salirte a la mitad de algo? ¿darte la vuelta y abandonar el momento sin volver la vista atrás?

Cada vez más…a la mitad de una entrevista, en medio de un día de mucho trabajo, qué más da cuánto falta para que termine la película, comparado con esta extraña urgencia de salir…

Esta canción es demasiado larga…penosa.

La otra mañana desayunaba un suculento plato de frutas variadas con queso, un café y galletas de avena, siempre lo he disfrutado. De pronto, esa experiencia perdió sentido. Me paré de la silla y dividí el instante, más bien, lo estrellé contra la pared invisible del sin sentido.

No sé porqué recordé las peripecias del viernes que trataba de trazar ochos decentes en las etiquetas que me habían encargado dos semanas antes. Conseguí etiquetar los objetos de las cajas del 1 al 7, deje el resto con la esperanza que la suplente del 18 de Mayo  terminara el resto. Eran 13 cajas. El 25 me encontré con la sorpresa de que me habían guardado la tarea de terminar el etiquetado. Gruñí como un perro enojado al que nadie oye, lo peor era enfrentarme al ocho ¿cuántas veces? verás, eran 6 lapiceros rojos, 12 azules, 12 negros y cinco marcatextos fluorescentes para subrayar…lo que equivale a …35 ochos, más los cuatro ochos de los envases de lapiceros. Por supuesto que quise salir corriendo, pero faltaban 3 cuartos del día y cuatro cajas con objetos que etiquetar. 

Ayer (por decir algo) fuimos al cine y otra vez sucedió. Sentí la urgencia de salir a media película, me di cuenta de que no era la primera vez. En casa, mi marido se queja de que cuando vemos un programa no me siento en paz, estoy interrumpiendo cada rato para ir al baño, o a beber agua, o cualquier otra excusa. Lo siento, lo he sentido hasta sin sentir.

 No es miedo, no le tengo miedo al trabajo o al miedo. ¿Será una certeza? cuando me doy cuenta que me quiero ir a la mitad de algo, me he cuestionado y juzgado severamente. Si no encuentro razón aceptable para irme, me quedo sin querer ¿O vuelvo a querer? el caso es que, no hay seguridad si es más uno estando o yéndose, pero siempre respaldo mi decisión…excepto, he dejado proyectos inclusos, casi  todo lo que he escrito recientemente es inconcluso, no necesariamente a la mitad pero sin terminar, como mi vida de cuarenta y algo años, la mitad de algo, la mitad de 86 años, la eternidad de la mitad, un cuarto de algo, 172 quizá. ¿Qué se puede hacer sintiéndose un fragmento de sí mismos, una mitad? Hoy más que nunca quiero salirme de este confinamiento pandémico, así que desperté a mi hijo y lo lleve a practicar sus lecciones de manejo a la salida del sol.

 

Texto e imagen: Beatriz Osornio Morales

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Gente sin Fe y Aviones Caídos

Cuando era niña comprendí muchas cosas del mundo (inmenso al punto de no caber en la mirada) cosas lejanas como lo de los masones, y los aviones caídos, y a la vez cercanas por los medios por los que las aprendí.

Aprendí que los masones eran gente sin fe, y por su falta de fe sospecho que me hice yo de la mía. Nunca conocí un masón en persona, aunque mis hermanos y yo llegásemos a personificarlos, cuando por las poderosísimas razones de los niños, mostrábamos poco interés y tedio en las cuestiones de la iglesia: “No sean masones” solía decir mi madre. Lo cierto es que no recuerdo tener duda sobre lo que era un masón. Ahora las tengo, y graves.

No creo que sean gente sin fe (del modo que la conozco). Cerca de aquí he visto un templo masón. A un templo sólo se puede asistir por fe. No sé bien de qué tipo, pero fe al fin. ¿Qué sentido tendría erigir templos sin fe?

Así es como hace muchos ayeres supe lo que hoy descubro y trato de comprender; la existencia de los masones. Un día de estos iré al templo.

De la mano de mi padre, recuerdo que a mis cuatro años aprendí que a veces los aviones se caen del cielo.

Aquel día mi padre llevaba su chamarra azul claro, había ido a recogerme al hospital donde pase cuarenta días, luchando para sobrevivir una enfermedad mortal. Lo peor había pasado y yo estaba feliz de ponerme el vestidito rosa que mandó mi madre, tenía botones atrás (estilo batita), un par de calcetines largos azul marino que combinaban con las flores bordadas en el vestido. No recuerdo los zapatos ni cómo llegamos a ese tramo de la carretera donde había dos aviones caídos. Supe que estaban abandonados porque note, mientras corría bajo las alas, que tenían grietas en la pintura. Parecían gigantes de un mundo muy antiguo.

Había sol y el viento soplaba arremolinándose a ratos, en un torbellino que arrastraba polvo y un papel arrugado. Yo corría tras el papel.

Quizá esperásemos a que pasara un autobús. Mi padre no habla de eso y yo,  nunca le he preguntado.

 

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Beatriz Osornio Morales. Imagen de la red

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Mi La la Land

Hoy desperté en La la Land. Eran como las siete am cuando me despertó esa rara sensación como de enamoramiento. Abrí los ojos y no tardaron en adaptarse a la luz que ya entraba por alguna grieta de las cortinas. ¡Qué encantadora claridad!

Miré a mi alrededor y me di cuenta que todo seguía igual en el cuarto, pero algo, alguien me alcanzaba desde cada objeto; un pensamiento, un tironcito, un algo. De cada pensamiento crecía el instante, y así he ido por las horas, con la sensación de estar enamorada, con nadie en particular, propensa al enamoramiento. Obviamente me doy cuenta de que eso me hace vulnerable a ser lastimada. Re afirmo las pisadas como si anduviera en un suelo truculento de arenas movedizas, y es que el amor nos hace cometer torpezas. Así que he fumado de lo lindo todo el día. Son las 4:10 pm y ya he fumado música, cielo azul, luz, luz transparente, he fumado recuerdos a morir y no he muerto, he fumado consciente  de cada instante, felicidad, ah, cómo duele esta felicidad. ¿Será que uno le tiene miedo a la felicidad por el miedo de perderla? he fumado movimiento, mis propias muecas, sus ruidos de gente de bien, el mal no existe ahora. Decidí amar el día.

A ratos el amor se convierte en deseo, pero no es un deseo carnal. A veces es preferible el deseo carnal que esto. Esto es más que físico y da miedo, no tengo más remedio que escribirlo, escribirlo porque mientras hacía la cama me golpeó el pensamiento de que todo esto que me pasa, tan real y nadie más lo sabe..¿es real?

Por suerte del recuerdo, me vino la piel de aquel muchacho limpio y sólido como atleta. Fue mi primer amante oficial, de palabra y de tacto, me gustaba peinarle el pelo con mis dedos y él me hablaba con la suavidad de su piel morena, tenía mirada soñadora, con sus manos me miraba más profundamente, sé que me habría seguido hasta el mismísimo infierno, era tentador provocar que me quisiera más todavía, pero yo no supe quererlo igual aunque lo ame.

Antes tuve un amante platónico, es increíble lo intenso que se puede amar de esa forma. Buscarse con la mirada, frente a frente, coquetear en la clase, competir en el conocimiento, huir,  pretender huir de sus pasos y encontrarlos en todas partes, incluso cuando no estaba lo encontraba en los lugares donde antes había estado. En un viaje de campo de la escuela, me siguió escaleras arriba, cuando se acabaron los escalones di la vuelta intentando regresar pero me tapó el paso, nos miramos un momento, hasta que sentí el calor de su mano en la mía, entonces miré nuestras manos así,  tenía el tacto suave a pesar de parecer rústico, ese momento fue como una explosión de calor en un extraño planeta, era demasiado intenso, me derretía y no pude soportarlo. Como pude me escabullí y aunque nunca acepte hablar con él fuera de lo académico, su caricia me acompañó por mucho tiempo. 

¿Lo ven? En  esta tierra, los recuerdos son más que eso, pueden sentirse.

Bueno, es que en La la Land, los objetos tienen cara de personas que enamoran, eh allí el globo de cristal que me está dando esta inmensa energía de poder creador, o la ingenuidad de poder crear algo nuevo. Pero también está el paso tembloroso del enamorado que se enfrenta a un mundo que con seguridad contiene algo de dureza.

Así estoy terminando este año que empecé bien. En algún momento  atravesé lugares oscuros de los que pensé que jamás iba a salir, pero ahora estoy aquí, en La la Land, y hay luz. 

A todos los que conocen esta tierra les digo: La fuerza nos acompañe en todo momento.

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Beatriz Osornio Morales, Imagen de la red.

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¿Me busca él también a mi?

        Llegué al parque sin observar conscientemente una sola sensación física. Era casi el final del verano. Al cruzar el puente vi la luz de un radiante amanecer en el oriente, y escuché el ruido de los carros abajo, frenando ante el semáforo, pensé en un enjambre de insectos sobre la carroña. Percibí el olor a humo de los escapes mezclado con el aire húmedo por el rocío. Y otra vez el ruido del tráfico, la corriente de un viento fuerte entre las ramas que hojea desinteresadamente un libro. Me di cuenta de esas cosas, pero la percepción de los sentidos no se considera como una sensación física, o ¿si?.

        Del otro lado de los pensamientos, a la sombra espesa del bosque que he llamado “El Bosque de las Libélulas” mis pasos siguen constantes en su ritmo, hoy no vi ninguna libélula. Y llegue al parque, y me senté en una mecedora que colocaron justo en mi lugar favorito; frente al lago verde azul con franjas de violeta, el espacio abierto desde donde se ve cómo las cosas alrededor, vacían su forma en el agua, y el viento forma ligeras olas en la superficie de los árboles líquidos, las nubes….la mecedora parece moverse al compás de las micro olas. Es un día tranquilo y…de pronto me doy cuenta de que mi cerebro sabe sin que yo sepa, sabe cómo funciona o hace funcionar el cuerpo; los músculos, cada hueso, los nervios, los ojos, la lengua, la mano, las palabras y, lo sabe mejor que yo.

        Entonces me entran unas ganas locas de conocer lo que soy. Me viene a la mente una frase que he visto repetidas veces “El conocimiento más difícil de adquirir, es el conocimiento de sí mismos” es cierto, hablamos del cerebro como si habláramos de alguien más. Para conocerse a uno mismo, habría que conocer al cerebro, pero éste, es un desalmado al que le gustan los secretos, tiene curiosidad sobre muchas cosas, y está siempre en busca de algo, pero solo él sabe lo que busca, quizá lo sepa. El caso es que desde entonces, me ha dado por espiar a mi cerebro en un interminable juego de las escondidas. ¿Me busca él también a mi?

 

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Beatriz Osornio Morales. Imagen de la red.

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Última Terapia

Pensé, al ver a mi alrededor, que todos estaban tristes en la sala de espera del psicoterapeuta.  ¿Proyecta eso la realidad, o se proyecta quien observa? dolorosa idea.

Tuve que arrancar los ojos de la gente, hacerlos míos otra vez, devolverlos a sus sockets con todo y los tomatillos adoloridos, arrancarlos de la tristeza involuntaria, de las miradas enrojecidas del insomnio, los ojos vidriosos de un dolor inaceptable, y la necesidad del psicoterapeuta. 

Miré hacia otro lado, lo he hecho otras veces al toparme con algún mutilado, o un condenado a muerte. Era preferible esconderse en el libro de Ray Bradbury, poderme sentar junto a Will Holloway a desear la paz, o correr con Jim Nightshade tras su latido rápido hacia una aventura. Will y Jim, dos niños de trece años que descubren los síntomas de que algo raro está por ocurrir en su pequeña ciudad. 

Las señales ominosas llegan con el paso de un vendedor de pararrayos, un personaje patético que augura que una de las casas va a ser golpeada por un rayo; “el aire huele a tormenta”, observa.

Luego de la media noche, como a las tres de la mañana, un tren de carnaval anuncia su arribo, en un tiempo en que no vienen los carnavales, el olor de algodón de azúcar se mezcla con el olor a tormenta. Después del tren, el único ruido que se percibe es el sonido de un caliope, imagínese ese sonido de órgano a las tres de la mañana en una pequeña ciudad desierta. Ominoso realmente. Con todo, las palabras seducen ¿no?  típico de Ray Bradbury. 

Compulsivamente, escribo en el separador de lectura unos garabatos con  los ojos de la gente que espera, gente de todas las edades, la miseria es grande. Esbozo unas ideas apuradas, para qué, no sé. Pero lo escribo y regreso a la biblioteca donde trabaja de noche el papá de Will. También se llama William Holloway. Me imagino que hace la limpieza bajo una luz raquítica, como a media luz para no espantar los profundos pensamientos de grandeza que lo acompañan cuando está solo. Coincidimos en la biblioteca Jim, Will y yo. Me sorprende que el papá de Will nunca sabe cómo dirigirse a su hijo. El caliope sigue sonando en mi mente y en la de los niños que repentinamente se van corriendo por la calle, atrás queda el señor William, deseando poder correr con ellos, con los niños.

Casi todos los pacientes que esperaban en la fila de enfrente, han sido llamados uno a uno, sus miradas incómodas han sido reemplazadas por otras, noto que algunos entran y salen más rápido que una gallina perseguida,  pero yo sigo más en el mundo de Bradbury que en el psicoterapeuta. 

Al poco rato, sale mi acompañante de su última terapia. 

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Beatriz Osornio Morales. Octubre 15, 2019. Imagen de Picasso.