
Anda por allí un pensamiento recurrente dando vueltas en la cabeza. Es sobre el uso excesivo de la retórica, lo odioso que es, lo molestos que resultan esos textos en que el autor se muestra, ya sea ignorante, o ingenuo, y en dicha presunción, hace preguntas que sabe perfectamente que nadie va a contestarle. Es evidente que las preguntas se las hace a sí mismo, y es más una forma presuntuosa que algo efectivo, pues rara vez contesta a sus mismas preguntas, o las responde puramente desde su perspectiva subjetiva.
Pienso que a veces, una pregunta repentina lanzada al aire, puede ser además de la forma de jalar la atención del lector, una forma de abrir un contexto en el tema, lo cual es perfectamente aceptable, pero no con la excusa de imponer una postura personal, sino de exponer otra posibilidad tácita.
No es lo mismo decir “¿por qué se suicidó si no era culpable?” donde se lanza culpabilidad tácita en la acción del suicida, de alguna manera se considera su acción como la confirmación de culpabilidad, a decir “¿por qué se suicidó?” injustamente diría yo, pues ¿Quién va a responder a la pregunta?, en ambos casos, nadie. El suicida está muerto. Por lo que puede deducirse que en el primer caso, el autor intenta expresar, más que otra cosa, su opinión personal sobre la culpabilidad del suicida. En el segundo caso, se expresa simplemente, perplejidad y la respuesta podría ser múltiple.
Ese tipo de retórica es en mi opinión, mal intencionada, pues se cuestiona sin escrúpulos la posible inocencia de un muerto, que quizá quiso afirmarla con su acción final. Es una retórica tóxica e irresponsable cuando se lanzan preguntas sin respuesta al aire, pues no buscan esclarecer o explicar nada, buscan provocar opiniones que muy poco tienen que ver directamente con el sujeto.
B.O.M. imagen de la red.