
Algo asustó al perro allá atrás en el patio. Salió a hacer sus necesidades, y como siempre busca montoncitos de hojas, o matorrales de pastos algo crecidos, se internó en un océano de hojas secas que le llegaba hasta la panza. La nubecita blanca flotaba dando vueltas en busca del lugar adecuado, según los parámetros caninos. Una visión asombrosa ver que los perros tienen estándares del punto exacto donde realizar ese tipo de cosas, y la luz de la mañana puliendo aún las formas también me asombra.
De pronto, ví que la determinación del can se vio afectada por un traspié. Intentando reafirmarse, volvió a perder el paso, como si algo le hubiera picado, con movimientos rápidos para no ahogarse, se levantó del balanceo y corrió hacia la terraza, desde donde yo lo observaba con mi taza de café en mano. Quería decirme algo con la mirada de preocupación, algo que evidentemente lo asustó, según entendí.
Por un buen rato, insistí en que regresara a terminar lo que aún ni empezaba, pero se rehusó. ¿Acaso lo mandaba a enfrentar una serpiente? Terminé dándome por vencida (ya se me había enfriado mucho los pies que calzaba solamente en chanclas) sin saber lo que se encuentra en las profundidades del océano. Aquí está el perro, echado junto a mí, su pilar de protección en tierra firme.
B.O.M. imagen de la red.
2 respuestas a «Tierra firme»
Siempre debemos atender a la sabiduría de los animales, incluso cuando no los comprendamos.
Saludos,
J.
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A veces pienso igual, otras no me alcanza la sabiduría para más que sorprenderme.
Saludos, José.
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