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Las ciudades de Adán y Eva VII

El submundo

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Incontables fueron los intentos por abandonar la ciudad, pero el subterráneo se prolongaba cada vez más, a pesar de que los grupos se fueron multiplicando para los relevos de la excavación. El cansancio y el desgaste de las herramientas, orillaron a muchos a echar raíces en los túneles que se habían cavado con el fin de huir de las antiguas poblaciones de Adán y Eva.

Relevos de día y de noche que cubrían la labor de planeación, organización y mano de obra trabajaban sin descanso. Hasta que un día, desalentados por no ver futuro inmediato –como los marineros en alta mar, después de navegaciones largas- e imposibilitados para regresar al punto de partida, los hombres abandonaron las herramientas en su mella, y ellos mismo se entregaron al sueño.

Recuperadas las fuerzas por el sueño, los viajantes agrandaron las simetrías de los túneles en los cruces, formaron un cubo aquí, una escalinata allá, una habitación irregular más acá, conectada a las que calculaban –sin estar seguros- serían las aberturas primeras donde luego se hicieron los caminos.

Las herramientas dañadas fueron reparadas y las inservibles, reemplazadas por unas hechas de piedra. El trabajo continúo indefinidamente, pero ahora la meta era distinta; construir estancias para todos. Los habitantes se habían acostumbrado a respirar tras de las mascarillas que llevaban como protección contra el aroma sulfuroso de la tierra, mismas que con el tiempo ya no necesitaron.

Las excavaciones de ambos extremos llegaron a encontrarse en algún punto, pero los ateridos pobladores siguieron cavando sin cuestionar y sin siquiera considerar la posibilidad de poner fin al interminable proceso, continuaron alumbrados por las casi extintas lámparas de aceite, mientras seguían rotulando, penetrando y pensando que se alejaban de sus orígenes, que un día llegarían a otro lugar, que sería posible ver nuevamente brillar el sol.

Cuando las provisiones se agotaron, unas gentes conseguían bellotas, otras descubrieron corrientes subterráneas de agua dulce y consumieron de todo lo que en ella y a su alrededor viviera. Ahora ya solamente trabajaban cerca de los recursos, donde la proliferación de familias sobrevivientes salió a relucir.

Las flamas de las lámparas finalmente se extinguieron, los hombres tuvieron que acostumbrarse a ver en la oscuridad, guiados sólo por el destello instantáneo de algunas estalactitas y minerales de cristal. Había partes calurosas, sofocantes por la falta de oxigeno, otras heladas y difusas por un gas azul. En las partes húmedas no era posible sacar fuego del golpe de las piedras, por lo que la mayoría de los alimentos se consumían crudos y a temperatura ambiente. Las muecas y los gestos de la gente pasaron a ser irrelevantes, se andaba sorteando bultos, trasegando el vacío por delante como los ciegos. Ya no recordaban el nombre de sus antiguas ciudades, ahora eran un pueblo distinto, un pueblo de subterráneos, cuya única actividad era cavar, cavar a ciegas, cavar, cavar… hasta que un día, la tierra tembló y el submundo se estremeció.

Beatriz Osornio Morales, imagen de la red.

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Por osorniobeatriz

Escribo porque es posible existir en las palabras, y probar que el sueño de la vida interior es real.

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