
Se terminaba el verano del año 2013 cuando Aarón emprendió nuevamente el viaje, éste parecía encajar perfectamente en el tiempo y, lo que encaja en el tiempo, es buena razón para pensar que también encaja en la realidad.
Para Aarón este viaje es el mismo viaje de siempre, y por tanto no cabe ni en un tiempo concreto, ni en ningún lugar preciso. Así que contaremos la historia en tiempo presente. Sobre la marcha tal vez haya necesidad de referirnos a distintas escalas y lugares fronterizos del laberinto del tiempo que es la vida, si es que cabe la comparación.
Siento el peso del viernes, no solo mi viernes, siento el viernes de los demás; el viernes de Melani, Roy y Marcel, mis vecinos, eso es lo malo y lo bueno de los días que no trabajo, pero el café ayuda a sopesar el peso de los días.
A medio día Melani, mi vecina, toma las llaves del carro y sale de prisa explicando algo a lo que nadie le pidió explicación “En 15 minutos tengo cita con la maestra de Tony (su segundo hijo) para revisar los progresos que el pequeño ha logrado o no, en sus terapias de lenguaje del último cuarto de semestre. Me preocupa mi hijo…” concluye cerrando la puerta del auto.
Aarón levanta la mano para decir adiós a Tony que se deshace en pequeños y aparatosos adioses.
Tony nació con una deficiencia en el desarrollo cognitivo, lo que le impide crecer como los demás niños. Aprende más lentamente, su habla vino tarde, tiene seis años y su lenguaje todavía es limitado en palabras, a ratos ininteligible. Pero lo que le falta en palabras lo compensa en actitud social, siempre que ve a un conocido, corre a saludar y a querer jugar, lo que prueba que los niños no discriminan, basta que les sonrías y ya está, si acaso se mantienen lejos de las caras largas.
“A veces ese niño me hace pensar en mí, no en la forma de hablar, dicen que yo hablé mis primeras palabras antes de los once meses y desde entonces no paro, de eso siempre se quejaron mis padres y Lucía, mi hermana, que por cierto es muy callada. En lo que me siento cercano a Tony, es en que siempre me sentí extraño en mi propia casa, entre mi propia familia. A él, lo hacen a un lado los chicos de su clase, burlándose de su pronunciación, y en su casa, el padre muestra predilección por los dos hermanos, quizá porque con ellos no tiene que esforzarse más de lo normal para comunicarse”
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A las 4:30 Roy gira la llave del auto para apagar la marcha, mientras verifica que el auto quede bien estacionado en el driveway, y suspira aliviado de que por fin sea viernes. Antes de entrar a la casa, recuerda que olvidó la caja de herramientas en la camioneta. Se quita la chaqueta sucia
de varios días de trabajo como jardinero, la cuelga en la manija de la puerta y regresa a la camioneta.
Cansado de espiar o imaginar la vida de sus vecinos, Aarón recuerda que ese mal hábito, es un callejón sin salida, y casi involuntariamente se abandona a otra observación gratuita, donde el atardecer brilla en un petirrojo, a esto se reduce el viernes; un pájaro rojo parado en la barda, siendo observado desde la ventana por Aarón, a quien le parece oír nuevamente las voces.
“Más tarde limpiaré las herramientas para mañana” Infiere Roy al entrar. Marcel escucha desde el sillón donde ha estado viendo televisión toda la tarde, pero no responde.
“¿Escuchaste Marcel?”
“¿Eh? ah, si, no te preocupes.
“Y el lunes que tú regreses de trabajar espero que hagas lo mismo. Es terrible empezar el día con las tijeras tiesas de clorofila seca y lodo”
“Está bien Roy, ya entendí. ¡Te haces entender muy bien, hombre!”
Roy pone la caja de herramientas en el piso tras de la puerta y se aleja sin más haciendo muecas con las manos. Marcel continúa viendo el televisor. Retoma la escena de la película donde Clint Easwood saca el gran Torino del garaje, y con una sonrisa de liberación maneja por la calle que se encuentra casi vacía por ser temprano en la mañana. Mientras se aleja manejando con el amanecer a sus espaldas, en la pantalla, letra por letra se va dibujando la palabra FIN.
Desde su lugar, Aarón escucha abrirse la puerta de Melani, ha vuelto. Le sucede con los vecinos de puerta contigua que escucha cada ruido casual como si estuviese pendiente de sus vidas y éstas se mezclaran con la suya, pero solo a veces es consciente de ello. Enseguida, Aarón vuelve a escuchar a lo lejos un sonido de patrulla, el cual lo remonta a otra realidad que lo persigue a donde quiera que va:
En el desierto no hay muchos recursos donde esconderse así que tendrá que correr, si no quiere que esta vez, sí lo alcance la migra.
Empieza a correr en dirección izquierda de la carretera que divide el horizonte, pensando que, o mejor dicho, imaginando que el lado izquierdo de cualquier cosa, de cualquier situación es el lado torpe del movimiento, los policías no son ajenos a las trampas del movimiento. Eso le salvó el pellejo en otras ocasiones. Así que corre lo más rápido posible. El agente de la patrulla que desde el principio lo miró perderse en los espejismos de arena, prende las luces de la sirena y acelera, formando una gran nube de polvo a su paso. Aarón sigue corriendo. De pronto, se le agotan las fuerzas, le tiemblan las piernas, no alcanza la respiración bajo el sol inclemente que desciende del pico del cielo, esa gran montaña de la cual, la tarde sería su cima. Entonces,
vencido por la fatiga y la sed, se deja caer cerca de un pequeño montículo de arena, donde espera poder esconderse de los agentes. Maldice en voz alta, porque está seguro de que si pudiese llegar al otro lado del montículo, estaría a salvo, pero en lugar de poderse mover, sufre un acceso de tos. Hace un esfuerzo por levantarse, entonces se da cuenta que la nube de polvo se aleja en la dirección opuesta.
Los oficiales al encontrarse sin camino, sin visibilidad (el polvo) y sin prófugo que perseguir, deciden retomar la carretera y proseguir patrullando el área, como si aquel incidente no hubiese ocurrido.
Después de unos momentos, Aarón recupera el aliento y vuelve a la carretera, donde espera algún auto para pedir ride. Por fortuna no pasa mucho tiempo antes de que un vehículo asome a lo lejos. Al principio se veían solo unos puntos brillantes en la distancia, Aarón pensó que serían un espejismo más del desierto, del sol, o de su fatiga, con todo, no pudo evitar sentirse emocionado, casi delirante. Caminó un buen tramo con la mano levantada en señal de “ride” antes que el viejo Renault disminuyera la velocidad a unos diez metros de él.
El conductor del viejo Renault (Un hombre de mediana edad, de cabello cano y avanzada calvicie) para sorpresa de Aarón, empieza a disminuir la velocidad en cuanto se cerciora de que el bulto en la carretera no es producto de su imaginación, o una figura de polvo, de esas que forman los remolinos. Es un hombre.
-¿A dónde vas amigo? –pregunta el hombre del Renault. Más tarde Aarón aprenderá que se llama Zacary en este país.
-A cualquier pueblo en esa dirección –responde Aarón apuntando con el dedo índice en sentido en el que maneja Zacary.
-Yo solo llego a Renho. Si te sirve de algo súbete.
Aarón se sube al auto que lo llevará, a lo que espera sea un nuevo mundo, un mundo definitivo, menos escarnioso.
Beatriz Osornio Morales
2 respuestas a «El viaje»
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amigos, espero que no este demasiado extenso este texto, a veces uno no sabe si la extensión es una ventaja o desventaja. No me disculpo porque cada texto llama desde su forma.
Saludos y gracias por pasar, a los que leen y comentan, y a los que leen calladamente.
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