Café El Relicario

CAFÉ EL RELICARIO

Ideas tengo, pensamientos, sueños y emociones pero , ¿Les ha sucedido no tener la suficiente pasión que se requiere para transformarlos en un cuadro, una escritura, una secuencia de imagenes e historia?

Inspiración es una palabra con poco significado, cuando el conocimiento pretende ser más grande que la experiencia. Sin un tema que tratar poco importa si comenzamos o terminamos en el mismo lugar. No sé lo que estoy diciendo, y si lo sé nada tiene que ver con este momento.

En este café pasamos muchas tardes alegres, y hoy vengo con la esperanza de recobrar algo del pasado que nos arrebató el tiempo. Lo más desilusionante sería darse cuenta que una platica no reviviría los años antes de la separación; la única posibilidad es recordar, allí queda todo, un recuerdo siempre será eso, un flashback en las palabras, me convenzo. Y este lugar cargado de alusiones en las paredes, reliquias, será testigo; aunque sus calaveritas de azúcar se han puesto amarillosas, los cuadros alusivos a bromas de arte popular mexicano, siguen allí en la pared del fondo; lo raro es que antes tenían color, vida propia. Cada chiste del Relicario parecía tan original cada vez que Ella y Yo, nos encontrábamos para tomar un café y conquistarnos con el movimiento de nuestros cuerpos, nuestros dedos desenredando las cabelleras, nuestros ojos abriendo soles y cielos, que nuestros labios florecían en risas.

¿Cómo fue, cuándo paso que todas esas cosas se hicieron diferentes al tiempo?. Ahora las calaveritas, las máscaras, los cuadros, las artesarnías, son lo que son, cosa, cosa, cosa.

Mentí un poco, diré. La desilusión más grande fue la insensibilidad que descubrí en mi cuerpo. No hay nerviosismo siquiera. Después de nueve años, lo menos que podría sentir fue nerviosismo. Nada. Todavía fuma pero ya no me inspira mirar el humo saliendo de sus labios rojos, formar esferas en el aire, huellas de pasos sin pies, rutas, delicadas hebras de aliento.

Sin embargo, qué bien ha envejecido. Se ha formado un criterio político un poco más objetivo que el mío. Yo sigo haciendo cine para ciegos, para lo que tengo en mi cabeza un teatro de marionetas chinas: Tras una tela blanca, las figurillas delicadas se aproximan con sus pasos de gota cayendo, se tocan, se abrazan, se hieren, se despedazan los amantes, los caballos traspasados por espadas. Yo, con mi tambor telúrico de voz, tengo que cantar el dolor, el espanto de las sombras para que los ciegos vean la escena agrandada.

Ya no le incomoda mencionar a la madre sola. Eso sí duele, porque si alguien entendió nuestra relación fue ella, Elba «Andrés!, pasa hijo. Siéntate ahorita viene Aby. Cuentame, ¿cómo has estado?» Toda la familiaridad y la soledad tan preocupante de su madre, no sirvió, al final de cuentas se caso con otro.

No hablo sin conocimiento de causa, al menos trato. Este café donde pasamos muchas tardes juntos, es testigo de que una separación dura más que la inspiración, pero no más que la búsqueda. Cuando Ella se haya ido, yo me quedaré un rato más mirando las piezas del relicario, contando los milagros como incentivo, para seguir buscando la cuenta que falta en mi oración sin su nombre como ruego. Aunque ya no siento nada por Ella, he rezado todos estos años y me acostumbré.

Estaba mirando el reloj de la catedral, sumido en mi estrategia de autodefensa cuando llegó. Lucía más hermosa que nunca, su expresión se ha tornado serena con los años. Ese abrigo marrón siempre me gustó en Ella.
-Hola Andrés.

Por un instante no supe que decir, quede abismado en sus ojos de miel. Sentí un temblor inesperado, en las piernas, en las manos, un cosquilleo loco recorriéndome por dentro. Con una sonrisa tímida, le tendí el brazo y dije:
-¿Entramos?