Dicen que nadar es bonito. La verdad yo nunca aprendí a nadar, de hecho por poco ni me acerco al agua. Cuando era chica era más fácil mi relación con el elemento vital. Jugaba descalza en los charcos después de la lluvia con otros niños, aunque mientras llovía tupido con truenos y relámpagos, buscábamos guarida en cualquier techumbre o caverna si andábamos en el campo. En temporada de riego, disfrutábamos bañarnos en los canales y pozos que conectaban los canales de un lado de la calle a otro. Los pozos eran angostos y cubiertos de concreto para mantener limpia el agua, a los lados les habían colocado unas varillas dobladas que fungían de escalinatas al fondo, no sé con qué fin las habrían puesto allí, quizá por si algún día necesitaba alguien bajar a sacar algo, alguien. El agua bullía del fondo del pozo con fuerza, pero era una de clavadistas irresponsables jugando a bajar y subir empujados por la fuerza de la corriente. De recordar eso, me estremezco. Lo que cuesta crecer.
Es cierto, veo a los nadadores y admiro la facilidad aparente con que se deslizan en la transparencia informe, desafiando la gravedad, se ven ingrávidos, podrían salir flotando como globos inflados en cualquier momento si no fuera por la viscosidad del agua.

B.O.M. imagen de la red.
5 respuestas a «Sobre nadar»
Parece que aquí ninguno aprendió a nadar. Vaya, que yo apenas chapoteo, para risa de los demás. Un abrazo. Carlos
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Algo es algo!
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Tampoco aprendí a nadar y también me parece un arte supremo el que realizan los que sí saben hacerlo. Los miro siempre que puedo, no sin cierta envidia.
Saludos,
J.
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Te comprendo perfectamente, José. Saludos!
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