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El milagro de la luz

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Erase una vez un niño cuyo nombre hasta la fecha se desconoce, y quizá no tenga importancia por razones que ya iremos explicando conforme vamos contando la historia.

Llego una mañana con el sol, literalmente.

La alarma que el hecho causo en los habitantes de la campiña, creció al final del día. Pues no se ve a diario el sol andando al lado de los humanos, y en apariencia, el muchacho era todo humano.

Pero antes de adentrarnos en la tensión que corresponde más bien a otro momento, creo que es necesario referirnos al distintivo comportamiento del niño a la hora de su llegada.

Llamó con unos golpecitos en par y sencillos a la puerta de doña Gela, la anciana que dicen quedó ciega por culpa de haber visto directamente un eclipse de sol en sus años mozos. Al escuchar el golpeteo que más bien sonaba como tamborileo en la puerta, doña Gela se levantó con dificultad de su silla. Ante la tardanza el niño mostró impaciencia, convencido de que la impaciencia es cosa natural en los niños, volvió a tamborilear los nudillos de la mano en la desvencijada puerta, ahora el doble de veces.

-¿Quién está tocando música en mi puerta? se aventuró a gritar la mujer

-Pensé que no me había hecho oír la primera vez… como tarda en abrir- contesto el niño.

-Pues soy muy vieja para correr, mis piernas no me ayudan y mis ojos, mis ojos, todo el mundo sabe lo de mis ojos.

-Aaaah! no todo el mundo. Yo no sé nada de sus ojos.

-¡Es un decir! ¿Qué se le ofrece, quién es usted que insiste en llamar a mi puerta?

-¿Y no piensa abrir? tenemos hambre mi amigo y yo- increpó el muchacho.

Doña Gela abrió la puerta refunfuñando, no le hacía feliz abrirle a un extraño pero peor sería dejar a un hambriento con hambre. Es una costumbre en la campiña mostrar hospitalidad a los viajeros pero sobre todo, en la medida de las posibilidades de cada quien, alimentar a los hambrientos.

La anciana corto dos trozos de pan y se los entregó al niño, haciendo señal de que podía sentarse donde encontrase lugar “¿Y, quién es tu amigo?” inquirió la anciana, estirando el brazo para tentalear su silla y sentándose con esfuerzo. “El sol” contestó a secas el muchacho que devoraba ambos trozos de pan. La anciana actúo como si no hubiese escuchado la respuesta. “Pan y leche, es todo lo que tengo” dijo, sin explicar que a veces los vecinos le traen comida ya preparada. Se trata de una comunidad solidaria como dije antes.

El tiempo que el niño estuvo dentro de la casa de doña Gela, el sol se cubrió de nubes pesadas, tanto que los vecinos empezaron a hacer preparativos por si caía la tormenta, guardaron la ropa de los tendederos, las vainas de frijol que tenían secando tendidas en los cercos de piedra, era mitad de noviembre, la cosecha del maíz había comenzado…

Cuando terminó de comer, el niño se levantó.

-Bueno, pues muchas gracias- dijo, dirigiéndose a la anciana.

-Tu amigo es muy callado- inquirió ésta sorprendida de que en todo el tiempo que estuvieron sentados a la mesa, había escuchado solamente la voz del niño.

– No es eso- aclaró el muchachito.

– oh?

– Lo que pasa que sus palabras son de luz.

Entonces se oyó un ruido sordo que al parecer venía del techo. La anciana se levantó asustada, tanteando aquella ráfaga de luz que la encandilaba y no le permitía ver nada. Tardó unos momentos para registrar en su mente lo que estaba ocurriendo: Podía ver. ¡Cómo podía ser! debía haber alguna explicación. Buscó al niño pero no lo halló por ningún lado. Salió a la aldea con la esperanza de encontrarlo, pero nadie supo decirle de su paradero. Los comuneros lo habían visto llegar solo y llamar a la puerta de Doña Gela, sin embargo, nadie lo vio salir.

Desde entonces Doña Gela puede ver sin problemas, y cuando los demás preguntan cómo recobró la vista, ella simplemente responde que habló con la luz.

B.O.M. imagen de la red

Por osorniobeatriz

Escribo porque es posible existir en las palabras, y probar que el sueño de la vida interior es real.

9 respuestas a «El milagro de la luz»

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