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De mis marzos

Marzo es el mes de la esperanza, porque se acaba el crudo invierno, aunque aquí todavía falta, es un mes de aniversarios y cumpleaños que celebrar, mi hermana mayor cumple años el 28. Marzo es el mes de la renovación y los brotes de primavera. Pero marzo no es el mes más feliz de mi vida. Qué va.

Para mi todos los marzos son tristes de principio a fin. A comienzos de marzo del ochenta y algo,  perdimos una infancia en mi familia, se la tragó el agua, el agua que da vida,  y moja el suelo donde las gentes hacen germinar los sembradíos de maíz, la misma agua que a su paso nutre los brotes de la cuaresma.  Quizá sea natural que no queramos acordarnos ya con exactitud de la fecha. El silencio sobre el tema es extraño, nunca hablamos de eso. En mi familia, yo pienso que cada uno recuerda a su manera lo que sucedió, y a veces quizá,  lo que yo recuerdo choca con lo que recuerdan los demás. Por eso,  hablo en primera persona, y de repente en segunda persona. No sé.

Recuerdo que era un día soleado. Cuando nos despertamos el sol estaba radiante,  pero nos quedamos un rato más en la cama, jugando. Yo tenía 14 años y él 4. Esa mañana, jugamos a las cosquillas y reímos como locos. Jamás imaginé que fuera la última vez que lo vería reír. El reía siempre, y correteaba descalzo por todos lados, o paseaba los zapatos de los demás fuera del quicio, hasta que mamá,  o alguno de nosotros le gritara para que entrara a desayunar o a comer.

Era como media mañana,  en el radio sonaba una canción que desde entonces lleva el dolor impreso, el dolor se grabó en la canción cuando oímos los gritos de mamá, quien después de buscar por cielo y tierra, encontró a mi hermano, en el fondo del pozo de riego que está cerca de la casa,  y no podía sacarlo ella sola. Gritaba pidiendo auxilio. Cuando yo llegué, una vecina más joven que mamá,  se sumergía en el agua tratando de alcanzar su cuerpo. El agua estaba clara y se transparentaba el cuerpo del niño en una esquina como sentado en cuclillas, la cara volteada un poco hacia arriba con los ojos de miel abiertos, en busca de la luz, quizá. Esa imagen envuelta de luz no parecía la de un ahogado. Tal vez por eso ninguno de los que pronto se aglomeraron alrededor del suceso,  se desistió  de zarandearlo, intentando arrancarlo de la quietud. Lo sacudían, le hablaban por su nombre, le daban respiración de boca a boca, le golpeaban la espalda para sacarle el agua que se había tragado. Yo no. Lo pusieron de lado.  Un golpe, otro, más fuerte, con suerte,  el corazón de un salto lo despierta. Pero su corazón jamás volvió a saltar de aquel descanso petrificado en el que parecía quedar atorada la infancia de mi hermano. Su cabello ondulado y su piel se fueron opacando con las horas.

Escribir sobre eso me aplasta el corazón. Sobre todo porque no es posible plasmar el sentimiento de incredulidad e impotencia ante la muerte de un niño. El niño que era tu hermano, el niño siempre niño, y tú que escuchaste su risa por última vez no ibas a creer que se había ido para siempre, y había dejado su cuerpo inerte, ¿qué hacer con él? solo quedaba enterrarlo. ¿Cómo era eso posible?  ¿Y toda esa gente con flores, y el olor en las flores, y ese señor cantando alto en medio de la noche? ¿tampoco podían hacer nada? ¿quién cavó la tumba? ¡qué larga se hizo la noche! Aquella reunión no tenía sentido para mi. La gente tomaba café, rezaba y lloraba,  y yo…yo no. Todo aquello era como una corriente que me arrastraba hacía el siguiente día. En el fondo aun no lo creía. Pero creía en las lágrimas y el dolor de mamá. Cada noche consecutiva, su llanto se fue encajando más en un lugar de mi que no puedo precisar,  ese dolor aun duele y supura una quietud que me paraliza.

A finales de otro marzo, más ancestral que lo de mi hermano,  una mujer  que se convirtiera años después, por sus letras, en mi amiga imaginaria,  se llenó los bolsillos de piedras y se sumergió en un río. Una vez más el agua. Esta vez sin embargo, me queda el consuelo de que Virginia Woolf se entregó a su corriente. No fue el río que le arrebató su cuerpo, sino que lo recibió como una ofrenda de horas, de años, de horas que se unen al caudal, y viajan constantemente hacia el gran instante, donde está alguien siempre niño.

Refranes sobre el mes de Marzo - Frases y Citas Célebres

B.O.M. imagen de la red.

Por osorniobeatriz

Escribo porque es posible existir en las palabras, y probar que el sueño de la vida interior es real.

3 respuestas a «De mis marzos»

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