Ya no me fío de las sombras. Mi sombra hace tiempo que se esconde de mí, viene y va como le place por la vida. Así pasé unos años sin pensar en ella, me acostumbré. No recuerdo qué día de qué semana, de repente saltó a mis espaldas algo que apenas alcancé a ver por el rabillo del ojo. Al principio pensé que en verdad había alguien allí, en el mismo cuarto, pero lo ignoré y seguí con mi ritual de, Abre la cortina y asómate por la ventana, siempre y cuando veas en el cielo un parche azul, hay esperanza, así comienza el día al vapor del café. Luego hay que bañarse y cepillarse los dientes sin perder la conciencia ni un minuto.
Sabía que no estaba sola, así que después de alistarme le dirigí la palabra pero no me respondió, me quedé quieta unos minutitos y volvió a saltar de la izquierda como una ráfaga enturbiada. -¿estas lista? le dije, por respuesta, un salto más. Entonces quedamos frente a frente. Para mi sorpresa, vi que no era mi sombra, dijo que estaba perdida desde hacía días. Alguien la olvidó en el parque una mañana -¿Cómo llegaste hasta aquí? -Hace dos días te seguí de vuelta del trabajo. ¿A quién le perteneces? La pobre no recordaba el nombre dijo preocupada. Temía que la echara a la calle sin misericordia, y no le gusta la lluvia. Obvio, no tuve estómago para echarla. Acordamos que haríamos un anuncio, colocando copias por todo el parque con la esperanza de ser reclamada, y para consolarla prometí que si nadie la reclamaba, se quedaría conmigo. Así me hice yo de mi único amigo, una sombra que no es mi sombra.
Beatriz Osornio Morales. Imagen de la red.