Si escribir es saber de antemano lo que ocurrirá, Andrés debió saber que moriría así un día como hoy.
La marcha que cubrió ayer desde las diez hasta las cinco resultó ser el catalizador. Por la mañana, antes de salir de su casa al trabajo, no sabía de la marcha, mejor dicho, no sabía que le tocaría cubrirla, su rutina avanzaba en la monotonía de eventos periodísticos sin relevancia.
-Naturalmente pensé en ti primero, dijo el supervisor, que llamó a Andrés a su oficina en cuanto llegó al trabajo, mientras le indicaba con la mano que tomara asiento.
-Ya vas. ¡Como me gusta tanto el business de la Antorcha! se queja Andrés.
-Peor es nada, así tendrás menos tiempo de reclamar y escribir arenosos conteos contra todos.
– Pero…¿Antorchistas?
– ¡Suerte mi buen!- Concluye el supervisor entregando un folder con documentación que reconoce a Andrés como corresponsal oficial del diario en la marcha, y señalándole la puerta de salida.
Unas cuantas frases y testimonios de los marchistas fue lo que esbozo con desgano en el bloc de notas que le regalara una compañera de trabajo para navidad.
Después de la marcha, caminaba sin ganas por avenida Revolución, con la intención de relajarse un poco se metió a un bar a tomar una cerveza. Luego de cuatro frías abandonó el lugar lamentando no haber escrito más detalles sobre la marcha que le ayudaran a redactar un artículo decente. Ahora tendría que rellenar la redacción con esfuerzo y mierda.
Al llegar a su barrio decidió antes de entrar a casa, pasar al local de enfrente a comprarse un six para mañana. Allí estaban dos amigos suyos, Joel y el Ricas, a quienes no veía desde hacía un montón de tiempo. Decidieron tomarse allí mismo unas chelas juntos y ponerse al día con sus vidas. La estadía en el local se prolongó hasta pasadas las 2:00, cuando los del local avisaron que iban a cerrar en unos minutos. Andrés se despidió de sus nuevos viejos amigos con una inexplicable nostalgia.
La calle estaba desierta y la luna brillaba en todo su esplendor. De pronto la fatiga de un largo día se apoderó del joven periodista. Le vino a la mente el cuento que escribió en sus años de estudiante; un cuento breve que se publicó en la sección cultural del mismo periódico donde ahora trabaja. El personaje principal es un hombre que, cansado de su constante aburrimiento, un día decide cruzar la calle con los ojos cerrados solo por experimentar algo distinto. Era la hora pico del tráfico en esa área, así que no es difícil adivinar lo que le ocurrió. Cuando la ambulancia llegó, el hombre ya había pronunciado sus últimas palabras. Varios testigos que corrieron en su auxilio tras el atropello, concordaron que la última sentencia del moribundo había sido “A veces hay que morir para experimentar algo nuevo”
“karma is a bitch” pensaba Andrés cuando escuchó muy cerca el motor, pero ya era demasiado tarde, si no para abrir los ojos, sí para actuar. El conductor que debió haber estado ebrio, en lugar de frenar aceleró, y después del atropello se desvaneció en la madrugada.
Nadie vino en su auxilio de inmediato como en el cuento. Los bares habían cerrado, y los amigos de Andrés habían desaparecido como si la tierra se los hubiera tragado.
Pasaron casi cuarenta minutos antes de que otro carro se acercara. Incrédulo ante el cuerpo inerte en la carretera, el conductor se detuvo a un metro del cuerpo y llamó a urgencias.
Andrés fue pronunciado muerto allí mismo, sin esperar siquiera a que el día rompiera el cascarón de la oscuridad.
Beatriz Osornio Morales
3 respuestas a «La Ironía es que…»
A veces mantenerse vivo requiere un enorme esfuerzo de adaptación. Un abrazo.
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Efectivamente Carlos. Saludos.
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Por eso hay que variar un poco la receta del guiso de cada día, porque una vida que colme todas las expectativas es cosa que sólo sucede en las películas y las novelas.
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